sábado, 4 de noviembre de 2017

EL PUEBLO ELEGIDO

En la Puerta del Sol o en la Plaza de Canalejas, medio Madrid está cada tarde con la cara asombrada en alto. Hay tantas estrategas como transeúntes. Y las noticias se suceden en las pizarras negras o en los carteles blancos, con una vertiginosa y obscura grandiosidad de Apocalipsis. Predicciones a lo San Juan y a lo Wells, todo fantástico y desmentido mañana, pero aterrador porque es posible. Y los cincuenta naufragios y los cien mil heridos, el caos rojo que parece la pesadilla de un Víctor Hugo en delirio, serán tal vez, dentro de poco, la fría verdad de las estadísticas.
Yo no sé si hay tantos francófilos como germanófilos. Francia ha contado con devociones ardientes.  Pero la neutralidad es deseo unánime. Cuando el Conde de Romanones, que sus turbios motivos tendrá, publicó, al descuido, sin firma, en su periódico, un artículo “Neutralidades que matan”, la prensa entera se aterró. ¡Se cometería la locura final? España se rehace de sus catástrofes. ¿Iba a perder nueva sangre como si ya no bastara la que sigue derramándose en Marruecos?
El gobierno aseguró rotundamente la paz. España no quiere guerras. “Por las guerras ha dicho Azorín, nos hemos arruinado los españoles. Y luego, ¿A qué grupo de combatientes sumarse? Algunos periodistas, Maquiavellos y Talleyrands al por menor, empezaron a aconsejar una taimada línea de conducta. Era preciso orientarse bien, calculando las probabilidades del triunfador.
Si Francia parecía más feliz, una invasión por los Pirineos, la paz rápida porque no podía la República distraer sus tropas de la frontera alemana. Y como resultado, la adquisición expeditiva de un trozo de Africa.


El Mar Mediterráneo en territorio español

MAQUIAVELISMOS
Si Alemania parecía inclinar la victoria, un bombardeo a las Carolinas, un contingente ofrecido a Francia. La Paz sumaría también con un pedacito de Congo y algunos marcos suplementarios ¡Maquiavelismos inelegantes en verdad!
No podemos suponer a España así. Nunca la imaginamos como al obeso y  refranero positivista, preocupado sólo de merendar, asegurando con la inicua lucidez del sentido común que los gigantes son molinos. Sino como aquel señor de mala cimera y gran corazón, demócrata porque era español, poeta y romántico por lo mismo, que siempre alzó la adarga para defender y cobijar. Y yo creo que esta vez su Dulcinea hubiera sido la Mariana del gorro frigio.
No sin protestas en Barataria, por supuesto. En esta simpatía de algunos españoles por Alemania, hay mucho de ese amor sumiso al fuerte que es la vergüenza del débil, pero también razones más obscuras, más tristes. Yo he escuchado decir, hablando del Emperador,, con referencia de aficionado. Es el amo del mundo. La fuerza siempre fue en la tierra un dios tan adorado como el becerro judío. 
RENCOR
Y aquella Alemania blindada, acuartelada, con tantas cervecerías como cañones, en que ha venido a parar el país de los románticos alquimistas y las ilusas Margaritas, impone a muchos, más que la serena razón y la fina gracia de una república socialista y no guerrera.
Leyendo los periódicos descubro, no sólo admiración al fuerte, sino un rencor muy hondo y motivado. La mitad de los diarios por lo menos, comenta los éxitos de Francia con ironía, ve apuntar con avidez en cada horizonte galo, junto a la flecha del campanario, el casco de un fulano.
Los periódicos que así tienen urgencia de ver sitiado a París se llaman El Correo Español, La Tribuna y tal vez el ABC. Es decir que los católicos, apostólicos y romanos, defienden por lo menos la tradición conservadora y monárquica: que Roma y los favorecidos del Gotha tienen antigua alianza. En cambio favorecen incondicionalmente a Francia  El Liberal y El Imparcial.
¿Vais comprendiendo? La que fue hija predilecta de la Iglesia no tiene buena prensa. Mi querido París sigue siendo la Babilonia podrida, para quienes nunca aprendieron que las Margaritas de Berlín no pueden compararse en urgencia impúdica a la peor Naná y nadie supera en obscenidad a una “lady” en delirio. Francia es, además, el país terrible que asesinó a su rey-su buen rey cerrajero- y va esparciendo como la sembradora de las monedas, la mala semilla de liberalismo.


Manuscrito de tiempos de Alfonso X

BANDERA
¡Ah cuan cara paga su gloria! Ved si no hay motivo para odiarla. Cuando en la vieja Estambul de los crímenes misteriosos cuyas trazas lava el Bósforo, derrotan a un tirano miedoso, instalan un parlamento, ya los hombres de fez rojo están hablando de “los principios inmortales del 90” y la bandera francesa  flamea con la turca
En China, apresuradamente, los libertarios van a casa del peluquero a ser occidentales en seguida, se despojan de la túnica de seda, revisten una levita mal cortada. ¿Y cómo comienzan la vida libre? No cantarán las viejas loas monorrítmicas a su Confucio negro, sino la Marsellesa en chino, destrozada pero eficaz.
Cuando proclaman la república española, le ponen en el acto el gorro frigio a la Virgen del Pilar, que siendo madre del igualitario de Galilea era republicana fácilmente. En fin, recordad la Lisboa de Queiroz, el lánguido Portugal de los fados y las bandurrias. ¿Qué se apresura a hacer una república decente?
En vez del Oporto y del astringente y rústico vinillo de Tormes que recordaba con dilección el maestro, se bebe champaña, falsificado tal vez en Alemania, mas barato. Pero el simbólico champaña que con la Marsellesa y la bandera tricolor, representa la abolición de las tiranías y la sedienta inauguración de los parlamentos. 
CANCAN
Después de la libertad y los parlamentos, llegan siempre cuando no estuvieron ya instalados confortablemente por los sostenedores  del altar y del trono-emisarias de la civilización con los cabellos teñidos y los modales desenvueltos. Son francesas de Berlín, parisienses de Londres, que bailan mal el cancán- el cancán que ya sólo recuerdan los abuelos- pero explotan el prestigio ya ganado por el champaña, la libertad y la Marsellesa.
París les sirve como una marca de fábrica reputada, la marca universal de la gaya locura y del placer fugaz. Pero al mismo tiempo para las tías patrocinios que enmohecen en oratorios sombríos, para los viejos salomones desengañados del mundo y sus vanidades, para quienes ven la religión “un freno” y en el sacerdote “el centinela”,-todo está unido con un lazo nefando, la mancebía y la república, la libertad y las cocotas. Y con un negro rencor esperan que arda jubilosamente aquella gran “usina” de pecado mortal.
Un rencor que encuentro en algunos periódicos españoles. La misma aversión que siente el mundo entero por Alemania imperialista y petulante, la sienten los reaccionarios del universo por el país volteriano que expulsara a los frailes, para “aplastar a la infame” en definitiva. “C´’est la faute á Voltaire”, podríamos repetir como en el siglo  diecinueve. Nadie puede perdonarle a mi querida Francia, esa jovialidad irreverente que iniciara el feroz satírico de Ferney, cuando logró ser afiliado a una orden religiosa para poder  firmar “Voltaire, capuchino indigno”
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La dama de Elche, gran obra del arte ibero.

FRANCIA
Tampoco se le excusa su fanfarronería de Cyrano, aquella aventajada actitud de gallo galo que eleva la cresta roja para clarinear la luminosa hegemonía de Francia y el silencio de las campanas ancestrales, y la derrota nocturna, y la fuga parda de las cigüeñas del campanario.
Acostumbrada a dirigir el mundo hace más de cien años, Francia no puede callar su legítimo orgullo. El mundo está recibiendo de París, el último corte de las faldas y el “derniercri” del estilo o del pensamiento. Los sombreros, la literatura, las costumbres, los vicios, toman el molde de la gran ciudad. El adulterio parece inventado allí.
No porque no existiera desde la Biblia, sino porque los únicos novelistas que leemos y lo describen, son franceses. De Sodoma y de Lesbos, que tienen sus mejores, sus más calladas provincias en Londres y Berlín, sólo sabemos lo que permite pasar, nacionalizado y elegante, con un cinismo peligroso, la criba de París
Llamamos Nanas a las prostitutas. Claudinas a las chiquillas viciosas y señoras de Bovary a las mujeres sentimentales de todas partes que aborrecen al marido vulgar. Se ve la corrupción que es europea, universal, pero nadie o muy pocos quieren ver las grandes virtudes de Francia, su intrepidez, su bonhomía, su resignación a destinos adversos, su heroísmo que no es siempre fanfarrón sino sonriente. 
MILAGRO
Sin contar con la gracia y el buen gusto que algún día, si suponemos-por una ley a que nadie escapa, los hombres ni los pueblos- la decadencia de esta raza admirable, quedarían repitiendo el milagro de Grecia como norma lírica y pentélica: un mármol de Rodin frente a la Venus, un soneto de Verlaine aparejado con una oda de Píndaro, el pensamiento ingrávido de Platón renacido, continuado, en los diálogos filosóficos de Renán.
Quizás me dejo llevar por mis pesimismos, quizás hay muchos que participen de esta gratitud a Francia sin aceptar los vulgares motivos de odio: el engreimiento del francés plebeyo para quien todo forastero es bárbaro, su ignorancia agresiva de la vida extranjera, su silueta inelegante, su fatuidad, sus barbas sucias.


Un antiguo teatro en Mérida

Yo no estoy seguro de que fueran más simpáticos el ciudadano de Atenas, ni aquellos tercios tabernarios que en los tiempos de la España admirable, aterraban al mundo con el arrastrado rumor de su espada sonora ¿En tales razones fundaremos la simpatía o el odio?  En fin, acabo de leer un artículo de Azorín, justiciero, agradecido a esa raza a quien debemos tanto.
Por el momento sin embargo, todo es platónico: amor y odio. España quiere y debe mantener su neutralidad a todo trance. Y como para todo se emplea aquí la imagen taurina, un caricaturista ha vestido a Guillermo II con un  traje de luces capeando miuras. Y para expresar la anhelada neutralidad, las gentes dicen que es preciso ver la lidia internacional, sin pasión, fumando un pitillo y  coreándola cuando más, bien guarecidos de la arena, en las barreras…  Madrid 1914(Editado, resumido y condensado del libro “Obras Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus estudios, rescata los orígenes culturales de este país. Nació por un azar patriótico en Paris, retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo cortos intervalos por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió, siempre habitante de la ciudad luz)

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