jueves, 28 de septiembre de 2017

LAS ESQUINAS

Comienzan a multiplicarse en  Lima las construcciones en  chaflán, y esto, parece no tener mayor importancia. Es hasta laudable para servir al mejoramiento de aspectos de nuestras calles, pero tiene, además, para los observadores retrospectivos, una elegiaca significación, porque la “esquina” va perdiendo su personalidad. No sólo el chaflán la derrota disminuyéndola, sino en realidad, otros factores han incidido en robarle todo el coloreado prestigio de otros tiempos. Porque la esquina tuvo un alma, una fisonomía peculiar, una inconfundible individualidad y el cambio de las costumbres ha ido desvaneciéndola.
Para que la esquina nos de hoy la impresión precisa de su verdadero papel es necesario apartarse del centro de la ciudad. Antiguamente tuvo doquiera una representación simbólica. Era no sólo punto de referencia de calles de nombres contradictorios o estrafalarios y natural encrucijada de urbanas vías, sino, sobre todo, asiento de vigilancia y de tertulia del “cachaco”-nombre popular del antiguo policía esquinero-, centro de reunión de los mataperros, como se ha llamado siempre en Lima a los chicos traviesos, hito y marca de enamorados callejeros, limite diferencial de barrios, porque una sola esquina bastaba muchas veces para establecer un matiz distinto y, en más remotas épocas, ocasión propicia para la sorpresa traidora,-el nombre lo indica- del esquinazo fatal.

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Una esquina de la Lima antigua con su balcón colonial.

FAMA
La esquina tuvo antaño un sentido genuinamente limeño, no obstante su heráldico abolengo hispano. Cuando aún no había  encapados, ni serenos, ni cachacos, ni inspectores de cruceros, ni huairuros, como se llamó después a los policías callejeros, la esquina tuvo una fama siniestra.
Aparecía, al caer la noche, como algo peligroso y funesto, agravando el parpadeo del candil mortecino, y en muchas de ellas, el fanatismo del vecindario supersticioso lo ponía en el nicho de alguna sacra imagen auspiciadora de la calle. Fueron muchas las esquinas con advocaciones religiosas y pasaron a la posteridad preñadas de consejas inquietantes.
Un tremebundo acervo de macabras historias tenían las esquinas. De algunas asegurábase que, cuando se adensaba la sombra, daba paso a un fraile sin cabeza. En otra una descarnada mano hacía señas cabalísticas. En la de acá sonaban cadenas, en la de allá sorprendía al descuidado nochariego la visión de  una mujer enlutada: la clásica viudita.
Sobre la viudita y no era tal, escribió una tradición don Ricardo Palma y en ella figura el General más tarde gran Mariscal, don Antonio Gutiérrez de la Fuente. Como hermano de éste, don Calixto figura en  “Las Baladas del Niño Dios”.

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Otra belleza de aquella época.

LEYENDAS
Y así, en todas. Las leyendas se multiplicaban para el gasto de los comentarios y las hablillas de atrio y sobremesa y, confirmándolas en toda su consagradora apariencia, no pocas veces los vecinos madrugadores recogían en la esquina de su calle, a algún caballero privado de sentido, con espuma en la boca, a quien el párroco exorcizaba y sangraba el físico, para vuelto a la vida, añadiose con su relato un misterio más al interminable rosario de los cuentos aparecidos, aquí penas, en Colombia espantos.      
Las rondas de la Santa Hermandad las cuales recogían las calles se detenían a orar en las esquinas. Al anuncio de la salmodia ululando en la sombra, los atrevidos andariegos buscadores de aventura trataban de escapar y, entonces, el ruido de las armas, las carreras, las alarmantes voces de los rondadores hacían al vecindario despertar castañeando los dientes, creyendo se trataba de una legión de diablos o de duendes paseando por la ciudad dormida.
En cierta ocasión se dijo que acorralado el diablo en una esquina en la que había una peña, la horadó con el rabo, mientras se defendía de quienes lo perseguían y por el agujero, el cual quedó trascendido a azufre, escapó velozmente. Hasta hoy en cierto barrio distante del centro de la ciudad, hay una calle llamada de la “Peña Horadada y hasta ahora las viejitas repiten el cuento, haciéndose cruces.
VENGANZA
En otras ocasiones un señor vengativo atisbaba el paso del audaz robador de honra y sosiego, y durante noche de noches, encapuchado y fantasmal como un alma en pena, aguardaba la hora propicia para el puñal certero, hundiéndose en la carne del galán ofensor.
Los pulperos con sus establecimientos en las esquinas, dormían soñando con estocadas y cuadrillazos y si algún ruido sospechoso  les despertaba, enlazaban la realidad al ensueño y se mantenían silentes y quedos, temerosos de el rumor callejero causado por encopetados señorones de lujosos gorgoranes, valones de encajes y rencorosos espadines.
Y bajo el sordo y extraño golpear de unos sacos de arena, crujiesen los sueños pecadores del propio señor Virrey, como ya había ocurrido con aquel tenoriesco Conde Nieva, quien en el amanecer del Virreinato pagó con la vida el malaventurado y enseñador robo de un beso.
Pero llegaron el alumbrado y la policía con los virreyes Amat, Guirior y Avilés, se multiplicaron las rondas y ya la esquina adquirió nuevos caracteres. Se alejaron un tanto los fantasmas y los duendes mientras redoblaban sus afanes los ladrones.
En cada crucero se elevó un candil y en algunos barrios los encapados serenos comenzaron a cantar las horas. Se pusieron heráldicos guardacantones en las esquinas y en muchas de ellas los pilones sirvieron para el alboroto matinal de los esclavos escandalizadores del barrio con la sonora cacharrería de sus cubos sedientos y la cruda oratoria de sus palabras gruesas.

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Lugar típicamente limeño.

COLORIDO
La República dio nuevo colorido a la esquina. Se convirtió en lugar de tertulia y de recreo de celadores, de mataperros y de enamorados, y cuando se implantó, allá por el cincuentisiete, el alumbrado de gas, hubo en cada una de ellas un labrado farol de hierro con las armas de la Patria, hasta el cual subía el ´ágil y tarabilla farolero, quien sin usar los travesaños, descendía vertiginosamente con habilidad de maromero, admirado y envidiado por los chiquillos del barrio.
Desde entonces tuvo la esquina, además del farol, el guardacantón. Era una culebrina antañosa, o una lombarda en desuso. Y en ella hubo siempre un pisaverde  atisbador de la novia, un policía filarmónico quien en su silbato de carrizo ensayaba andinos yaravíes, un borrachito vocinglero y vitoreador, y un perrito chusco y regañón gruñidor de las viejas, jugador con los muchachos y perseguidor, ladrando, las sombras movibles de los gallinazos.
Llenó otros fines  la esquina. Desde las épocas de la Colonia hasta establecidas las asociaciones de bomberos, en cada pulpería había grandes botijones de agua para apagar los incendios, cuya noticia se propagaba por el batir de las campanas de las iglesias y por el angustiante pitear-cuando hubo celadores de la esquina- de los llamados con el quechuismo “cachacos”.
Los chiquillos atisbaban el momento preciso en el cual el policía se iba de enamoramiento con alguna criada del barrio, o cuando perseguía a un contraventor, para saltar a la volástica las culebrinas y cañones y burlar al pulpero o al boticario con sus diabluras.


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Lima, la única.

CACHACO
Y si de la esquina hablamos y en ella, como parte de su alma, hubo siempre el cachaco, justo es nos regocijemos de haber encontrado, por fin el porque de la palabrita sin explicación ni en Palma ni en  Arona.
Según el diario de viaje del padre Blanco, Capellán de Orbegoso en su primera parte, publicada por Luis Varela y Orbegoso en la colección de documentos referente a su bisabuelo en el Cusco, llamábase cachacos a ciertos frailes encapuchados con los cuales, por su aspecto, se asustaba a los chicos.
Cachaco, según Blanco, venía a representar algo asustador. Seguramente la palabrita vino a Lima y como el celador era una especie de cuco se le aplicó, sin duda, el  término de tanta fortuna. En Bogotá cachaco es el gran señor, ameno, disendioso y caballero
En las revoluciones, las esquinas jugaban un papel decisivo. En ellas se guarecían los montoneros para disparar sus fusiles y de ellas salían, antes que de ninguna otra parte, los alarmantes gritos del cierra puertas-tan limeños y tan hispanoamericanos durante tanto tiempo- repercutiendo en todos los barrios con rapidez extraordinaria. 
CITAS
Pero su más romántica característica fue la de servir de una especie de punto de prueba en los amores florecidos de las andanzas callejeras. Cuando se comía a las 4 de la tarde y los caballeros salían a pasear en la hora vespertina, las esquinas fueron lugares de citas para avizorar balcones y ventanas.
Tras la niña y la dueña visitante de algún servicio religioso, el enamorado iba a respetuosa distancia hasta llegar al crucero donde esperaba se asomara al balcón o la ventana la dulce perseguida. Y hasta ahora no se ha perdido del todo el decir el cual confidencialmente se repetían unas a otras las muchachas: “Me siguió hasta la esquina”.
Cuando la niña consentía, el enamorado paseaba la calle de “esquina a esquina”, cambiando miradas y sonrisas, y cuando el cotidiano paseo terminaba, era en la esquina, también donde se devolvía la promesa del retorno. Para los enamorados, para los niños, para las chicas en la época romántica, la esquina tuvo una significación especial, consonante con íntimas modalidades espirituales.
Hasta en los juegos infantiles había la esquinera preocupación. Había uno muy lindo. Don Ricardo Palma dice es netamente limeño. El muy noble caballero de Croix, Virrey del Perú en las postrimerías del siglo XVIII, era muy aficionado a los huevos frescos pasados por agua caliente. El encargado de  buscarlos era su mayordomo Julián de Córdova, quien llevaba su avaricioso cuidado al punto de tener un aro y una balanza para medirlos y pesarlos.


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Balcones tras balcones. Al fondo, la torre de la iglesia

JUEGITO
Los pulperos en la Plaza de Armas se hartaron del Mayordomo regateador y no le vendieron más huevos diciéndole fuera a buscarlos a la otra “esquina”. El señor Virrey supo los atrenzos de su fámulo y  preguntóle: ¿Dónde compaste hoy los huevos?. En la esquina de San Andres, señor. San Andres queda a ocho cuadras de la Plaza. Pues replicó el virrey, mañana irás a la otra esquina por ellos. Y así nació, según nos cuenta  don Ricardo Palma, el juego de la esquina y de los huevos: ¿Hay huevos? A la otra esquina por ellos.
Cuando entre el muy santo Arzobispo Toribio Alfonso de Mogrovejo y el linajudo Virrey don García Hurtado de Mendoza, ambos muy señores de sus fueros, las cuestiones y querellas se contaban por cada encuentro tenido entre ellos, la esquina jugó en cierta ocasión papel creador de una frase por el Virrey repetida y duró en Lima hasta convertirse en tradición.
Cierta vez, en negra noche, el centinela de Palacio dio el alto a un grupo que pasaba por la puerta principal con el habitual quien vive, obteniendo  por toda respuesta la demasiado simple de: “Toribio”. Insistió el centinela: ¿Cuál? El de la “esquina”, respondiéronle. 
“EL DE LA ESQUINA”
Y como creyera fuere burla del desocupado tal respuesta, salió un oficial y se encontró con el Arzobispo quien tenía su casa en una de las esquinas de la Plaza Mayor. Desde entonces el Virrey y los limeños llamaron al gran prelado: “Toribio, el de la esquina”. Tal vez don García no pensó nunca oír la canonización santificadora de su quisquilloso vecino.
Fue así la esquina algo sumamente importante. El vértigo de la vida contemporánea la ha ido recortándolo notablemente. La vinculación de los barrios estimulada por los medios de tránsito, las nuevas fórmulas del alumbrado y del pavimento, los cuales hacen innecesarios los faroles y los guardacantones, han contribuido a robarle su personal fisonomía. Pero, además, la  modificación de “Toribio de la esquina”. Tal vez don García no pensó nunca oír la esquina no es como antaño.
La decadencia del balcón y de la ventana han influido mucho en los recursos del amor callejero. El cinema los ha hecho innecesarios y la policía ha cambiado radicalmente, al punto de ser el vigilante de los cruceros diferente al de ayer, una mezcla coloreada de tenor adormilado y de flautista primitivo.


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La intersección con balcones

Los mataperros casi han desaparecido, por lo menos como eran antes, ya  no existen los fachendosos faites a quienes bien merecían ser llamados con el clásico mote de rompe esquinas y como éstas comienzan a ser ochavadas, hasta en su aspecto físico han perdido la castiza gracia de urbanística encrucijada tenida otrora.
Sin guardacantón, sin farol y sin enamorado, sin cachaco y sin mataperros, la esquina ya no tiene alma. Sólo en barrios muy apartados o en provincias, conserva los viejos prestigios, y en algunas de estas últimas en ciertas épocas sirve todavía, como sirviera en la propia Lima, para los menesteres apuntados y, además, para el lírico y romántico sonar de las serenatas. (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea.)

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