martes, 25 de julio de 2017

LA COMEDIA

Cuando se apaciguaron las turbulencias de los primeros años de la conquista y los virreyes asentaron su poder real sobre estas tierras, la vida urbana comenzó a modelarse en términos de sosiego y regalo como no pudieron ser mientras los conquistadores batallaban, arrastrando en la contienda civil hasta a los oidores y  prelados. Pero, puestas en paz las gentes, surgieron necesidades de la vida social, anunciadoras de la cortesana celebridad alcanzada  por Lima.
Entre ellas, una de las más características, fue la de las representaciones teatrales en la Plaza Mayor las cuales participan del carácter místico y fabuloso de la época. El cronista tiene noticia de algunos comediantes de esos días pretéritos y ha visto un viejísimo libro de matrimonios de la parroquia de San Sebastián, la partida de casamiento en 1624, es decir, hace más de tres siglos, del  madrileño Francisco Hurtado Orejón, con doña María de Cuevas y Monsalecán, limeña, comediantes ambos.
Esta Cuevas debió pues, ser, si no la primera, una de las primeras actrices nacionales. No deja de ser curioso fueran feligreses de aquellos barrios, siempre tan propicios al ambiente teatralero. Como la ciudad ofreciera, hubo de pensarse en hacer un corral-así era el nombre castizo- para comedias y el Secretario de la Audiencia y Mayordomo del Hospital de San Andrés, don Juan Guitiérrez de Molina, solicitó para beneficio de aquella casa de misericordia se construyese un local.

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El Virrey se despide al salir de la comedia

UBICACION
El inmueble, según anotación de don Carlos Romero en el Diario de Mugaburu, estuvo en la hoy esquina de San Bartolomé y Sacramentos de Santa Ana. Mendiburu asevera que Molina obtuvo la concesión en 1602.
Este cronista, por su parte, ha visto el expediente organizado ante el Cabildo con motivo del fallecimiento del mayordomo, ocurrido en 1601, por lo cual deduce claramente la concesión fue anterior, o fue dictada cuando ya se había desaparecido el muy casamentero señor de Molina. Y conste le  aplico el calificativo, porque según declaración de su testamento, fue casado tres veces.
Córdova y Urrutia afirma erróneamente, según posteriores investigaciones, en su Estadística de Lima, el primer teatro estuvo en la calle de San Agustín y fija como fecha de su erección el año 1612. En sus apuntes sueltos, sostiene Mendiburu que el primer teatro estuvo en el crucero formado por las calles de Argandoña y Concha.
Pero arcaicas titulaciones de fincas de la calle de Valladolid, vistas por el cronista, se refieren a lindamientos con la casa de las comedias, lo cual demuestra estuvo situado en la esquina fronteriza a la indicada por Mendiburu, donde desde 1727 se estableció la famosa Botica del Peinado, por tantos alcanzada y conocida. 
REPRESENTACIONES
Esto explica el nombre de la calle de las Comedias Viejas. Pero el primer teatro, o Corral de Comedias, estuvo indudablemente por San Bartolomé de donde pasó, primero a Santo Domingo en el lugar hasta hoy conocido por el Pescante y después a San Agustín.
Con el andar del tiempo, se hicieron muy frecuentes las representaciones teatrales, ya en la casa de las comedias, ya en los atrios de las iglesias, ora en la plaza principal, ora en el patio de Palacio, como ocurrió bajo el gobierno del Conde de Lemos, con la obra de “mucha tramoya” titulada “El Príncipe de Fez”.
A estas representaciones asistían virreyes, arzobispos, oidores, cabildantes, vecinos feudatarios y acostumbrábase obsequiar con  patacones a los cómicos y con “buena colación a los invitados”. Mugaburu nos cuenta las aficiones teatrales de algunos gobernantes y con su minuciosidad de cronista concienzudo y maniático de la necrología nos refiere la muerte de Fernando  Silva, a quien califica de buen representante
Parece ser el mejor papel de Silva el del Rey Nabuco en la comedia de gran aparato titulada “Nabucodonozor”, representada con gran éxito en 1670. El siglo XVII fue muy fecundo en esta clase de festejos.

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Un escenario de la antigüedad.

OBRAS
Entre las obras de mayor éxito podríamos citar “El Fénix de las Españas de San Francisco de Borja, “El Arca de Noé”, la escrita por el licenciado Juan de Urbaide con el lindo título de “Amor en Lima es azar”, la del copioso y fecundísimo Lope de Vega, “La Mujer de Peribañez” y hasta una sobre la vida de Santa Rosa cuyo título no ha llegado hasta nosotros.
En tiempos de Chinchón (1630) la afición era tanta por lo cual  se prohibió a los hombres entrasen en la Comedia, a los aposentos de las mujeres. Eran dueños del corral en ese entonces Juan de Arriac y María del Castillo y entre los representantes figuraba Juan de Santoyo. Por el año 1614 había dos compañías y el actor de más fama se llamaba Juan Bautista de Villalobos.
La casa de las comedias no permaneció en la calle de su nombre. Se construyó otra en la calle de la Puerta falsa del convento de San Agustín en casas que fueron de don Diego Núñez de Campo Verde, en el mismo sitio donde hoy está el Teatro Segura.
Allí acudía el galante, picaresco y enérgico Amat donde fue cautivado por la graciosa lisura de Micaela Villegas. En el siglo XVIII la afición a las comedias fue muy grande y se acostumbró  representarlas no sólo en el teatro sino en las quintas de los magnates, mucha de las cuales tuvieron no sólo  oratorio,  salones para la danza y la tertulia, sino también escenario adecuado para las representaciones, como aquella del Prado, destruida cruelmente por ese afán de urbanización desvanecedora del alma hechicera de la ciudad.
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La Plaza Mayor a principios del siglo XX.


REMISOS
La del Prado o la de Rincón fue la de Amat, dejado a su mayordomo Palmer, mucho más tarde de la familia Bresani y, ahora, creo que es de  los Debernardis. El muy académico señor de Castell-dos Rius hacía representar en Palacio sus obras y las de su gongórico cenáculo. Cuando gobernó Ladrón de Guevara hubo representaciones en Palacio festejándose las victorias de Felipe V.
Cuando Amat obligó a los alcaldes de Corte a presidir las rondas nocturnas para resguardar la ciudad amagada por ladrones audaces se dio, en ciertas ocasión, con uno de aquellos señorones acusados de remisos en el cumplimiento de su ruda misión trasnochadora, se disculpó el contraventor aludiendo irónicamente al de haber ido varias ocasiones a Palacio a recibir órdenes y no halló al señor Virrey pues había ido a divertirse a la comedia.
Se acostumbraba a dar entonces además de la obra de aparato y tramoya, algún gracioso entremés y para fin de fiesta  cancioncillas ligeras, lo cual revela estar muy lejos de ser nueva  la abrumadora moda de las tonadilleras. De esa época más o menos debe ser la de las guaraguas, cantar pedido por el público a sus artistas preferidos.
Solían los antiguos hasta muy avanzada la República comprar su derecho a las estancias, hoy llamados palcos y algunas veces llamados balcones y hubo no pocos personajes dueños a perpetuidad de aquellas localidades.
COMEDIA
Fueron nuestros remotos abuelos muy aficionados a la comedia. Sólo costaba cuatro reales para los asistentes al patio, o platea, como hoy diríamos. Con la Independencia, el teatro participó de las modalidades del ambiente y sirvió a la propaganda de los patriotas.
Fue en el viejo local de la Comedia donde Rosa Merino electrizó al público cantando el Himno Nacional y desde aquella época se inició la vibrante y pintoresca costumbre de hacer cantar en los días del aniversario patrio, a alguna conocida señorita de los palcos, la estrofa ilusionada.  El público escuchaba con nerviosa emoción para estallar después, en el resonante y tempestuoso acompañamiento de coro.
En el siglo pasado se usaba ya el sistema de abonos. En el Museo Nacional se conserva uno por dieciséis pesos, a nombre del distinguido  caballero limeño don José María Varela, abuelo paterno de quien  fue gran señor, gran periodista Clovis. Este señor Varela casado con una de las Valles fue padrino de un hermano de mi señor padre.
El año 40 fue muy fecundo en espectáculos teatrales y los limeños se aficionaron de la opera. De aquella  época es el famoso lío entre los tenores Prevost y Zapucci Apasionó y dividió al público y dio pretexto  a don Felipe Pardo para escribir aquellos admirables artículos publicados con el título de “Opera y Nacionalismo”.
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Lima muchos años atras.

BANDOS
Son de aquella época las famosas competencias. La ciudad se dividía en bandos. Ardorosamente discutían los artistas, las regalaban con flores y palomas y las acompañaban vitoreando por las calles. Hasta ahora se recuerda aquellas controversias ingenuamente tremendas por la Barilli o Biscaccianti, en los mismos días de los cuales las gentes se peleaban por Echenique o por Castilla.
Pero, en el fondo, mucho mayor, la afición fue por la comedia. Así se llamó al espectáculo siempre, cualquiera fuera su naturaleza. La viejas cuando recordaban las veladas, decían con la voz tristemente evocadora: ¡“Oh la comedia de mis tiempos”!
Durante muchas generaciones, los limeños habían visto en las plazas, en los atrios, en las vastísimas cuadras o en los tinglados de los corrales, discurrir a los caballeros de capa y espada recitando versos de difícil y recamada pompa verbal.
De aquella influencia atávica nació la afición a las representaciones familiares y en días de onomásticos se daban en muchas casas de la Lima de otrora, Más de un grave caballero de esos de andar solemne y majestuosos ademanes, fue, en sus moceriles años, el aficionado entusiasta como para hacer la comedia de capa y espada, imitando al tan celebrado O’Lohglin, el mejor Tenorio y el más gallardo. Trovador visto entre lagrimones y suspiros, por nuestras dulces abuelas románticas. (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea.)

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