martes, 6 de junio de 2017

MI COLEGIO Y MI CALLE

Al final de la calle de la Chacarilla-mi calle- estaba el colegio. Tenía una fachada pobre, de corralón, casi siempre pintada al temple de claro celeste o de ocre vivo. La puerta era amplia y en el solariego zaguán estaba la portería donde el “ecónomo” Octavio como le llamaban los muchachos, aparecía sentado a la puerta, fumando. El local había sido del Estanco del Tabaco en los tiempos coloniales. Fue edificado en la época del Virrey Croix. Antes estuvo en casa alquilada en la calle después llamada del Padre Jerónimo.
El bario era característico y conservaba una fisonomía francamente criolla. En la mal trazada calle vivían muchas almas. Eran numerosos los callejones o solares y de punta a punta existían desde la parroquia, donde el sabor colonial se conserva celosamente, hasta la botica, la herrería, la moderna chingana y las pulperías más o menos florecientes.
Los estudiantes marchando por la calle del Corazón de Jesús asentían una impresión especialísima desde que entraban en la calle del colegio. En la esquina, la botica ostentaba sus grandes y relumbrantes frascos de colores.
En ella charlaba el doctor Tirabanti, con sus amigos los “carolinos” y frecuentemente se veía en la puerta la figura original del doctor Godos, siempre vestido con sobriedad austera: la levita negra bien cepillada y el sombrero suelto, le daban cierto aspecto de pastor protestante, risueño y picaresco, derramadas la picardía y la gracia por los ojos claros y vivísimos,  relievadas en la perilla cana, a lo Piérola.

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El Colegio de Guadalupe en 1918.

RECUERDOS
Al  frente camarillesca y pulcra, la iglesia parroquial ostentaba su limpieza pobre. A la puerta del Rectorado estaba  en veces el señor Rivas, viejecito y simpático cura o el Inter, el señor Albinagorta, de cetrino rostro y  voz gruesa, campechanote y sugestivo.
Más allá en la otra acera, tras las ventanas de una casita antigua, asomaba su rostro bíblico el doctor Aljovín. En la puerta de los callejones, los chicuelos del barrio jugaban al mundo: una zapatería modernísima dejaba ver tras la entornada puerta al zapatero italiano, el cual golpeaba la suela rítmicamente, frente a la mesita clásica, oliente a engruda y tinturas.
Después, la pulpería de don José. Luego mi casa de gran patio, propicio a las trompeaduras. Frente a ella, la discreta fachada de la casa habitación de los padres de Santa Teresa. Y cerca a ésta, después de una tiendecita pequeña, la gran chingana “A la batalla de Solferino.
La que ostentaba en sus paredes un fresco representativo del choque entre franceses e italianos contra austriacos y un episodio vulgar encerrador sin duda de una ironía o una adivinanza y el cual atraía la mirada de las gentes. Un hombre llevaba un costal a la espalda y decía a otro, en frase que le salía escrita de los labios: “Nadie me pregunte quien soy yo. Y el otro contestaba en igual y rudimentaria forma: “Ni a mí tampoco”.
CORRALONES
Muchos estudiantes llegaron tarde por abstraerse en la contemplación de aquellas obras ingenuas de la pintura criolla. Frente a la chingana, más allá del callejón de María dos corralones ganaban también la atención de los muchachos.
En uno se herraba caballos, se pintaba coches, se componía muelles de carretas. La fragua crepitaba todo el día, sonora y llameante y del interior salían hasta la calle ruidos de voces mezcladas con interjecciones crudas. Después estaba el colegio. Junto a la pulpería de don Juan, la de los chillones frescos, había un callejoncito típico y en su fondo un jardincillo modesto y bien cuidado. Donde se veneraba una imagen de la Virgen.
Frente al colegio, había una amplia casa de vecindad de más alta categoría de los callejones y más allá hacia Santa Teresa, una serie de tiendas. Una servía de fonda y a las 11 de la mañana trascendía a picantes sabrosos.
Otra parecía casa de compra venta, tal era el hacinamiento de mesas, bancos, sillas, sofás desvencijados, tallados incipientes, entre los cuales asomaban su rostro rubicundo y sonriente, un alemán voluminoso y viejo, imponente en su estructura adiposa y en sus luengas barbas blancas, amarillentas en las cercanías de la boca, sin duda por el uso de tabaco.
Hoy la decoración ha variado notablemente, la calle ha sido cortada. Ya los frescos de la pulpería han desaparecido. Los callejones tienen altos, no hay corralones con herreros. Sólo quedan los solares pobres y hasta el amplio patio de la que fue mi casa parece recortado por las horrorosas columnas con el cual el mal gusto de su nuevo señor cree haberlo engalanado.



Pedro A Labarthe, director del plantel de Gálvez
ESCALONES
Al entrar al colegio, casi siempre de prisa, por temor a llegar tarde, pasábamos los estudiantes de aquel dichoso entonces el patio, que tenía a la derecha un jardincillo fragancioso y extendido. Subíamos de cuatro en cuatro los escalones, corríamos en puntillas frente a la Dirección llena de sombras, suscitadoras de disciplinarias severidades.
Apenas si atisbábamos el gran dormitorio, curioseábamos la entrada al comedor, muy a la escapada y mirábamos la biblioteca, serenábamos el paso frente al habitáculo del sub-director, se nos encogía el alma al ver el cuarto de los castigados y al entrar a la quieta, sentíamos la caricia de la luz del primer patio en la altura, enarenado, donde se alzaba imponente el maderamen del gimnasio en el cual a las 12 del día después del almuerzo, los internos y cuarto internos se dedicaban a tiras monstras y a abrirse en quintas.
En el patio de la parte baja, sombreado por árboles, al cual se descendía por una escalinata de ladrillos, estaban las clases y los salones de estudios. Arriba siempre cerrada, la modestísima capilla. Casi frente a ella, los calabozos mal olientes. 
LA PILA
Al centro del patio, lleno siempre de hojas secas y con frecuencia de aterciopelados gusanos negros, se alzaba la pila, donde corría un  hilillo de agua. Los árboles entrecruzándose dejaban pasar tamizada la luz del sol y en las mañanas y en las tardes se llenaban de rumores y de trinos.
Al fondo, cubierto por un techo sostenido por innumerables columnas de madera, estaba el patio de los grandes donde se alineaban las carpetas de los alumnos de 5° y 6° año y el pupitre del Señor Regente y a los costados, en los corredores, con sus achatadas puertas, los salones de Física, Historia Natural, Química, Matemáticas y Geografía y el salón de estudios de los alumnos de 3° y 4° año.
Las salas de estudios eran enladrilladas, con banquetas adosadas en la pared: La luz venía de un alto ventanal donde estaban los corralones de las calles de Chacarilla y de Inambari. Cien o doscientos muchachos sentábanse en aquellas bancas corroídas y lustrosas, llenas de cicatrices.
Al centro, las carpetas ostentaban candados recios de todas las marcas. La luz penetraba, tímida y tristemente, por la gran ventana del fondo y con ella entraban vocerío y tufaradas de cocina y de pesebre. Olor a establo, a viandas, a lejía, ruidos de carretas, cantares criollos, restallar de fustas, interjecciones y ladridos de perros, todo se mezclaba, distrayendo la atención de los novatos.
La primera impresión producida por el colegio era triste, sórdida, casi carcelaria. Los salones de clase tenían amplios escalones, hasta el techo en los cuales los alumnos se sentaban. El frío de los ladrillos llegaban al alma al principio y la impresión de pobreza dejaba un sedimento desfavorable.

Himno del Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe de Lima
CORO
Hermanos de Guadalupe recordemos nuestra misión
juremos ser siempre unidos y ayudarnos sin distinción.
Pues somos guadalupanos que es emblema de tradición.
Seremos los paladines de esta nueva generación
de esta nueva generación(bis).
ESTROFA
Guadalupe es orgullo peruano
cuna de héroes y hombres de valor
que en el arte, en la ciencia, en la guerra
destacaron con gran pundonor.
Su bandera flamea muy alto
como símbolo de gratitud
a los grandes que dieron su sangre
su saber, su virtud y su honor.


INSPECTORES
Se sentía la agresividad de ambiente y hasta en los rostros de los alumnos parecía fijarse una actitud desafiadora y ruda. El gesto avinagrado de los inspectores, tristes y amargados hombres, muchas veces de buen corazón, a quienes odiaban los alumnos porque sí, por principio casi, cuadraba con la sensación general del conjunto en los primeros días del colegio. La actitud retadora de los grandes, ponían a todo novicio en la defensa y en guardia.
En los recreos, se desvanecía en algo la impresión combativa con el bullicio de alegría y la algazara. Más de cuatrocientos adolescentes la ponían en el local vetusto. Y con el manso correr de los días, el colegio iba apoderándose de las almas escolares.
El patio de la parte alta parecía luminoso y amplio. La cantarina alberca apagadora de nuestra sed, tenía el asombroso encanto que le prestaban los árbores rumorosos. El mismo cuadrilátero de mármoles oscurecía el techo, tenía en su laberintico aspecto, lleno defeas columnas, un raro prestigio.
Imagen relacionada
Cuerpo docente y administrativo (1919)

AMBIENTE
En los salones de estudio, las almas. La dura disciplina no llegaba a romper nunca la sugestión vital venida de las vecindades solares y una varonil solidaridad escolar se gestaba y en el duelo con los inspectores había algo virilmente respetuoso, por la misma crudeza con que en veces estallaban las francas rebeldías.
Poco a poco el colegio nos iba haciendo a todos más hombres. Y entonces, se amaba aquel ambiente severo y frío sin engreimientos ni blanduras. Y cuando llegaba una hora difícil, todos los alumnos se unían, grandes y chicos, para reclamar sanción. Generalmente, si, estas uniones no se lograban sino cuando el móvil era de justicia.
La sensación conservada del viejo local es grata, no obstante vivir en mi el recuerdo de la mala impresión causada el primer día. Maduro ya, he apreciado los bienes espirituales debidos a aquel antipedagógico local con alma y la cual era transmitida a los en él cobijados.
Aunque haya algo paradojical, en la afirmación, puede  sostenerse esto: aquel pésimo edificio propició muchas  de las virtudes guadalupanas. Pero es asunto éste ya como para no caber en el marco de una sencilla estampa de mis tiempos escolares. (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea.)

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