martes, 28 de junio de 2016

CUANDO SE IMPONE EL CAPRICHO

El 12 de Octubre de 1898, el General Julio A. Roca asume por segunda vez la Presidencia de la República  Argentina. El  mandatario tiene inmediatamente algunos problemas de difícil solución. Entre ellos el creado por las dificultades limítrofes con Chile, el mismo que resuelve con la valiosa colaboración de su Ministro, Amancio Alcorta. En el orden interno asume iniciativas de indudable trascendencia pública, acelerando el ritmo general del progres, en todas las manifestaciones de la vida colectiva.
La calumniada oligarquía culpable, sin duda, de tantos vicios electorales, que corrompen las costumbres cívicas, hace obra en el gobierno, en una medida y con una clarividencia que le habrían de reconocer las generaciones futuras.
Carlos Pellegrini colabora estrechamente con su amigo el presidente al punto de atribuírsele la paternidad de muchas iniciativas de orden público, entre ellas un proyecto de ley de unificación de la deuda, que el General Roca, envía a consideración de las cámaras legislativas.
El proyecto levanta resistencias en la Cámara de Diputados y paralelamente despierta una enérgica reacción popular. El Presidente que al parecer no estaba convencido de la oportunidad del proyecto, consulta con Pellegrini la postergación, pero éste se opone con vehemencia sosteniendo que si es necesario habría que acallar por medios expeditivos la oposición popular.


Julio A. Roca:Presidente de la Argentina.

RENUNCIA
Pero a la iniciativa de unificar la de duda arrecian de tal modo que el General Roca resuelve en definitiva retirar el proyecto del Congreso. Esta actitud le provoca a Pellegrini un profundo disgusto que, por lo demás, no trata de disimularlo.
En efecto, renuncia al Partido Liberal y se distancia del General Roca, del que sería en lo sucesivo un adversario irreconciliable. Entretanto la Unión Cívica Radical, disuelto el comité de la provincia de Buenos Aires, desaparece prácticamente del escenario  como fuerza política actuante.
Muchos de sus obras unos por oposición a las inspiraciones personalistas de Irigoyen, otros por impaciencia, abandonan las filas del partido y pasan a engrosar las del adversario. Son momentos indudablemente críticos para la agrupación a la que, por otra parte, el oficialismo brinda frecuentes y repetidos motivos de seducción.
Bernardo de Irigoyen, por ejemplo, se muestra accesible a una combinación política auspiciada por algunas figuras del oficialismo que le permite obtenerén er el triunfo en las elecciones de gobernador de la provincia de Buenos Aires.

 
Sable del ilustre militar.

1904
Asume el poder llevando entre sus colaboradores a Marcelino Ugarte. Entramos al año 1904, sin que las condiciones generales se modifiquen. El radicalismo vive concentrado en torno a la figura de su caudillo máximo, Hipólito Irigoyen, quien a estas alturas está perfectamente convencido de que no le queda al partido otro camino que el de la revolución, para satisfacer las aspiraciones reivindicadoras de la masa popular
El caudillo vive refugiado en su campo de Norberto de la Riestra, cultivando la amistad de muchos jefes del ejército, con  quien  lo pone en contacto Martin Irigoyen, el jefe militar de la fracasada revolución de 1893.
Frecuentemente realiza viajes a Buenos Aires y su casa de la calle Brasil es centro cada vez más reconocido de reuniones. Pero todos los trabajos de Irigoyen obedecen a una idea fija: la revolución.
Entretanto, como fuerza de participación activa  en la vida política, la Unión Cívica Radical sufre un prolongado eclipse, aprovechando el socialismo que precisamente ese año, y mediante la aplicación de la ley electoral que instituye las representaciones parroquiales en la Capital Federal obtiene una banca en el Congreso, para el joven Alfredo L. Palacios.
SIN GARANTIAS
Mientras tanto el General Roca provoca el resentimiento de algunos amigos en el seno de su propio partido, quienes tratan de buscar afinidades con Hipólito Irigoyen con vistas a la futura lucha de renovación presidencial.
Un día el caudillo recibe en su casa la visita de Marcelino Ugarte, quien había asumido la gobernación de la provincia de Buenos Aires, en reemplazo de Bernardo de Irigoyen. Ugarte busca un acuerdo con Irigoyen, pero éste manteniendo la bandera de la intransigencia, le niega toda colaboración con propósitos electorales.
Otro día es Roque Sáenz Peña quien se entrevistó con el caudillo del radicalismo, esta vez en el Club del Progreso. La entrevista es muy cordial, pero Irigoyen, una vez más, exterioriza su propósito de no transigir en modo alguno, ni a ningún precio, con las fuerzas políticas cuya destrucción constituía precisamente el objeto y la finalidad perseguida por el radicalismo incorruptible.
El caudillo era la causa y sus visitantes encarnaban el régimen. A todo esto se va acercando la fecha de las elecciones nacionales ante la próxima expiración del mandato del General Roca. El 29 de Febrero de 1904 aparece un manifiesto de la Unión Cívica Radical, decretando la abstención partidaria en los próximos comicios en virtud de la ausencia total de garantías para la libre expresión de la voluntad popular.


Inauguración del periodo legislativo

PELLEGRINI
En ese manifiesto los hombres del partido contraen una vez más ante el pueblo el compromiso y la responsabilidad de persistir en la lucha para la modificación de la situación imperante y aunque como es natural hacen ninguna mención acerca de los preparativos revolucionarios, a nadie se oculta cuales son las verdaderas intenciones del radicalismo.
Poco más tarde se reúne la convención del Partido Nacional, en la que da la nota destacada, Carlos Pellegrini, pronunciando un discurso en el que acusa al General Roca de haber destruido con su política personalista a los partidos tradicionales e históricos en la vida cívica argentina.
Pellegrini, a quien al no mediar la incidencia de carácter personal que tuvo con el General Roca, estaba señalado para sucederlo en el gobierno, juega allí una de sus últimas cartas políticas y su discurso tiene honda repercusión, pero no puede torcer como era previsible, la determinación de la convención del partido que proclama la fórmula Manuel Quintana- Figueroa Alcorta.
El 10 de Abril de 1904 se realizan en orden las elecciones generales de renovación presidencial y la fórmula Manuel Quintana-Figueroa Alcorta obtiene el triunfo sin oposición. A último momento el Ingeniero Emilio Mitre, hijo de don Bartolomé, trató de organizar una nueva agrupación, el partido Republicano, pero sin ninguna consecuencia política.
Una vez más se había hecho la voluntad del General Roca, con la exaltación al poder de dos amigos que debían asegurar la continuidad de su política.

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