jueves, 31 de marzo de 2016

DE NUESTRO VIEJO OLIMPO

Al recordar cosas de teatros, desde los días coloniales, y los de los primeros años republicanos, pasando por los momentos típicos de la afición a las competencias que culminaran allá por el 50 en las rivalidades de la Barrilli y la Biscanccianti, hasta los desmayos y privaciones que causó la divina Sara y las explosiones que provocaron Valero y Vico, nos place hoy detenernos en un teatrito pequeño y humilde, que se ha convertido en un gran teatro, para que una vez más se cumpla el evangélico aforismo: “Los últimos serán los primeros”. Y con el comenzamos esta serie de evocaciones teatrales.
Allá vamos.
Nuestro viejo Olimpo se ha ido, ha muerto, o mejor dicho, se ha transformado. Sobre las ruinas, llenas de recuerdos, se levanta otro teatro, mucho mejor, pero ya no el mismo. Hasta de nombre ha cambiado. Se llama el Teatro Forero (hoy Teatro Municipal) que efectivamente tendrá su historia, pero no unirá a la visión de su presente esplendoroso, la evocación encantadora y un tanto melancólica del que se fue.
No es la continuación del cascabelero Olimpo, ni puede ni debe serlo. El teatro de ayer fue un teatrito campallinesco y el gran teatro de hoy es un teatro de campanillas que no es lo mismo, bajo ningún punto de vista.

Resultado de imagen para El Teatro Olimpo de Lima
Fachada del Teatro Olimpo.

REMEMBRANZAS
Aquí las cosas se van y vemos con irremediable tristeza que son muy pocos los que tratan de fijarlas para los piadosos consejos del mañana. El cronista de estas evocaciones tiene la ilusión humilde de ser uno de aquellos que saben recordar y preguntando aquí  o allá, leyendo acullá, ha reunido algunas remembranzas que son como la eterna despedida del teatrito, alegre y pobre de otros días.
Los que se van dejan una estela que nos parece diversa de las que pudieron tener en la vida y es piadoso acompañarles en el viaje, con esa bondad que emana de la melancolía de todas las despedidas.
Sobre las tristezas que dejan las cosas que se van, flota siempre para el corazón humano un consuelo: recordar. La remembranza viene a ser como el aroma de lo que se va. Si no podemos aprisionar las cosas, guardemos lo impalpable: la fragancia que nos dejan.
Hagamos un poquito de historia. Aquí, frecuentemente hemos dejado que desaparezcan  verdaderas reliquias y que se transformen poéticos rincones sin que dejen huella visible alguna. De la quinta del Prado, ¿Qué resta? ¿De las murallas? Apenas un bastión y unos cuantos lienzos de peredones. 
ENCANTOS
Ahora que ya el Olimpo no es y en su lugar se eleva un teatro más en armonía con la importancia de la ciudad, hagamos recuerdo. Un teatro tiene encantos personalísimos, está lleno de evocaciones y todos, jóvenes y viejos, lo saben y lo que es más, lo sienten.
En el teatro se dan cita todas las vanidades, todas las tristezas, todas las ironías. ¿Quién al pasar por  la calle de Concha no recuerda horas de alegría, no siente la pegajosa obsesión de alguna tonadilla que le despierta dormidos ecos de la música, de aplausos y  de carcajadas?
Para los viejos de ayer, los discretísimos ocultos de aquel teatrito, guardan secretos que hacen sonreír con tristeza. El Teatro Olimpo, campeón de la zarzuela chica en Lima, tuvo sentidos de  evocación para muchos sesudos señores y representa una hora de juvenil eclosión y de revelación vital para muchos que hoy maduros ya, van camino de la irreparable gravedad que dan los años.
Nuestra afición al teatro es cosa vieja. Según Mendiburu, el primer teatro o corral para representaciones estuvo en la esquina de las calles Concha y Argandoña, hoy en reconstrucción. Hubo otro teatro después en la calle anterior que se llamó de la Comedia.
Los barrios aquellos de San Agustín parecieron siempre propios para los lugares de espectáculos. Los Virreyes amaron siempre el teatro. En Lima se representaron autos sacramentales y farsas teatrales no sólo en lugares cercados, sino aún en las plazas, y las entradas de los gobernantes tuvieron amen de corridas de toros, representaciones escénicas.

Resultado de imagen para El Teatro Olimpo de Lima

Los interiores de este centro de la cultura.

AMAT
Pero mucho antes hubo teatro por los barrios de San Bartolomé. Ya hemos visto que Amat fue a la comedia el mismo día que expulsó a los Jesuitas y que a la vuelta del teatro reunió a los encargados de tan ardua comisión.
Con la República continuó la afición. Nuestras bisabuelas gustaban mucho de la comedia, que era cosa divertida y barata. Y nuestros bisabuelos, nuestros abuelos y nuestros padres, fueron capaces de armas bataholas formidables por las competencias terribles que suscitaban entre las artistas.
El Olimpo no es de aquellos teatros que como el transformado Municipal tenga historia hasta en los fastos coloniales. Es relativamente nuevo. Se estreno el 30 de Abril de 1886, con “La Mascota por la compañía del tenor Antonio Mojardín, que ayudó en su labor a los propietarios señores Félix Armando y Alberto Pérez, mozos entusiastas, especialmente el primero, que tenía aficiones no sólo escénicas sino literarias.
El Olimpo estuvo situado en el área de la antigua finca conocida con el nombre de Casa de la Campana y vino  a ser la sustitución, diremos de aquel teatro Odeón de la Casa de Otayza en la famosa calle del Capón, donde trabajaron sucesivamente Rossi, el gran trágico que lo estrenó y el no menos grande don José Valero. Los dueños actuales son los progresistas señores Forero, que han llevado la empresa de dotar a Lima de un gran teatro.
RECUERDOS
Aunque no tuvo mucha vida el Olimpo, está lleno de recuerdos. Fue, como ya hemos dicho, el verdadero campeón de la zarzuela chica, por tandas que tuvieron aceptación en nuestro público, al punto que un distinguidísimo hombre público del Perú, entre los más importantes que hemos tenido y con reputación de muy circunspecto decía que “aquí se debían tomar en serio sólo el rocambor y las tandas”
En el Olimpo han trabajado verdaderas eminencias y ha sido además el teatro de recurso, al que acudían los cómicos dispersos para formar cuadritos y hacer lo que en el caló teatral llaman temporada de verano.
Pocos teatros habrán tenido mayores éxitos y habrán servido de escenario a mayor número de artistas de todas clases y condiciones. Allí trabajaron Monjardín, la Celimendi, la célebre Isidora Seguro, Angelito Sanz, que estrenó  en Lima Marina, Jarquez, Osorio, Campos, Astol, Vila, que produjo una verdadera revolución en Lima, pues se dio centenares de noches consecutivas y en ocasiones figuró en las cuatro tandas.
Allí se entablaron las más formidables competencias: la Pancha Díaz y la Calle alborotaron a sus admiradores de entonces, provocando verdaderos escándalos de entusiasmo  y la Zema y la Irma Gasperis y la Marín y la Madorell hicieron otro tanto.


Lima en aquella época.

ACLAMACIONES
Allí durante 150 noches obtuvo delirantes aclamaciones Rosario Puro (madre de las bailarinas) bailando la jota de la Gran Vía. Allí Eugenio Astol, mimado del público, llegó a todas las exageraciones provocando tempestades de risa. Más de un exacto matemático se deleitó a mandibula batiente con “Las cosas de don Eugenio”.
El simpatiquísimo don Artidoro García Godos que enseño a varias generaciones Aritmética Demostrada, Algebra y Cálculo se encantaba con Astol. Allí se estrenaron obras como “El Rey que Rabió”, “Oro, Plata, Cobre y Nada”, “Marina”, Don Dinero”, “El Ultimo Chulo”, Pepe Gallardo”, que se yo cuantas más.
La tanda era baratísima, costó dos y tres reales, el público gozaba realmente, sin duda porque exigía menos, y el comentario sobre las obras y los artistas formaba parte de todas las conversaciones y llenaba la charla de hogares, esquinas y centros sociales.
Pero tuvo un aspecto simpático por haber sido el hogar clásico de los autores peruanos. Este teatro cuenta en sus anales el hecho muy significativo de haber cobijado la última compañía nacional de verso en que figuraba Clorinda Coya.
La última vez que se presentó la admirable “Ña Catita” de Segura, fue en el Olimpo, sin contar por supuesto la ocasión en que fue puesta en el teatrito Colón más recientemente. Allí dirigió la orquesta de una compañía nuestro gran Valle Riestra
OBRAS
Allí estrenaron Blume, Soria, Moncloa, Loayza, Revoredo, Castro Osete y tantos otros y por el escenario aquel pasaron “La Montonera”, “La Entrada de Cocharcas”, “San Lunes”, El Comandante Pepino”.
En el  famosísimo teatrito que nada conserva de su fisonomía tan conocida y popular han trabajado desde el incomparable Friedenthal hasta el ingenioso Salvini con sus monos y perros amaestrados y por su escenario han desfilado desde la figura rotunda de Leopoldo Buron hasta Aquiles Jiménez, verdadero caso de precocidad teatral.
En el Olimpo han ocurrido variadísimos incidentes. Allí, por ejemplo se estrenaron en inglés las operetas Geisha y “San Toy” por la Compañía Badmann. Allí encantó Frégoli, el inimitable. Como ocurrencia, en este teatro se cayó la baranda de la cazuela y al público no le paso nada, felizmente.
En el Olimpo trabajaron los toreros “Veneno” y “El Valiente”. Su detalle característico fue la jeta que parecía tener la zarzuela “Sandías y Melones”. Un día se daba esa obrita y murió en plena sala un diputado. Otro, una corista murió también. Otro, se incendiaron unas cuantas bambalinas y se armó el consiguiente alboroto.


Otra vista con casas y al fondo una iglesia colonial.

AL REVES
En cierta ocasión en el recordado teatrito se dio “La Gran Vía” al revés, haciendo las mujeres los papeles de hombres y los galantes de las damas. Una hazaña de los de la palizada fue en el Olimpo donde se inauguraron las tandas respectivas con aquellas vermouths sicalípticas en que “La Pulga” picó a mucha gente, formándose un alboroto en que intervinieron empirigotadas señoras, el Alcalde y hasta el Arzobispo. Eran los días grandes de la Nicasi y de Perdiguero. El último artista que trabajo en el Olimpo fue el ilusionista Vitelli
En torno del  teatrillo se crearon una serie de cosas que le dieron color característico al barrio que venía  a ser una genuina  trasplantación andaluza. Allí desfilaron toreros. Allí se abrió el callejón del sable y el salón Mi Casa del clásico y pulido Rafael
Allí se bebía manzanilla, se escupía por un colmillo, se hacía chistes.  En la misma calle, doña María  costurera de cómicos y toreros, imponía su suave señorío, porque solía remendar no sólo los desgarrones de las ropas sino los del alma. Sabía ser providencia de los derrotados y repartía el pan de su bondad hasta que la recogió el buen Dios y se fue de este mundo.
En la misma calle de Concha se realizó aquel trágico suceso  cuando el actor Reig disparó su revólver sobre la minúscula y graciosa Magdalena Sánchez, la compañera de las Gasperis en la célebre temporada de Don Dinero. 
En el Olimpo la zarzuela fue su principal elemento de acción. Era como la Catedral del género chico. Un teatrito modesto, simple, apenas vestido de limpio, cuando lo estaba, donde la alegría cascabelera y de precio accesible, reinaba todas las noches. (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario