sábado, 19 de marzo de 2016

AVELLANEDA Y ROCA EN EL PODER

Nicolás Avellaneda asume la Presidencia de la República a los 37 años de edad, en momentos de que se opera en la Argentina una fundamental transformación económica. En efecto, comienzan los embarques de cereales a Europa y el país, progresivamente, se convierte de importador a exportador, con todas las consecuencias sociales y políticas que no es difícil discriminar. En primer lugar, las provincias acrecentaron su influencia y, en segundo lugar, el poder público creó las condiciones propicias para el desarrollo de las nuevas fuerzas de la economía.
Así nace el espíritu de Avellaneda. Es decir, la ilusión, que realiza en parte, de imprimir un gran impulso a las fuerzas que a despecho de la política de simple inspiración electoralista van labrando lentamente el progreso de ese país.
Pero para consumar sus planes de reactivación de las energías útiles y de fomento de la riqueza pública, es indispensable una tregua política, que sólo  podrá lograrse mediante  un acuerdo con la oposición definida en el Partido Nacional, contra el Partido Autonomista y encarnada en el General Mitre.
Se gestiona el acuerdo entre Avellaneda y Mitre al que ni siquiera el propio Adolfo Alsina, Ministro de Guerra en el gabinete y caudillo autonomista, opone objeción formal. Llegamos así a la virtual fusión del autonomismo con el nacionalismo, en un partido único que se llamó La Coalición.


Nicolás Avellaneda marca época en su país.

ATAQUES
La juventud alsinista  sostiene que este acuerdo político envuelve el propósito de entregar la provincia de Buenos Aires a la oligarquía del interior del país y lo ataca enérgicamente con Sarmiento a la cabeza, quien desde el diario “El Nacional” emprende una violenta campaña contra el Presidente Avellaneda, Mitre y La Coalición
Rodea a Sarmiento un grupo de jóvenes de primigenio talento y aguerrido espíritu entre quienes se encuentran Aristóbulo  del Valle y Leandro N. Alem, con su inseparable sobrino Hipólito Irigoyen, quien, humilde maestro en una escuela de la ciudad, comenzaba a hacer sus primeras armas con los gerundios y los plurales que había absorbido del krausismo, tan en boga en aquellos momentos y que singularizarían más tarde su literatura política.
La juventud autonomista, con Aristóbulo del Valle, magnifico orador y singular polemista, funda el Partido Republicano, que tiene un fugaz predicamento hasta que se extingue con la reincorporación de su jefe al autonomismo coaligado.
 Leandro  N. Alem sigue en su posición de intransigencia, a pesar de todas las deserciones y prácticamente solo, con su sobrino Irigoyen, y un grupo de amigos, mantiene la llama encendida de puro amor a Buenos Aires, dando entonces contenido romántico más que sentido económico a su frenética oposición a la Coalición.

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Buenos Aires por esos tiempos.

BATALLA
La Legislatura asiste con estupor a la denodada batalla que sigue librando solo este luchador infatigable que recorta su figura de viril empaque en un fondo de escepticismo general. Sus discursos, entre  los que no faltan los apotegmas versificados, sólo encuentran eco en sectores reducidos del pueblo aferrado a su tradición autonomista que tenía su expresión política ocasional en la intransigencia.
Sin embargo,  La Coalición que soportó con éxito su primera prueba con motivo de la elección gubernativa de la provincia de Buenos Aires, en la que hubo que apelar a un candidato de transacción, el doctor Carlos Tejedor, para encausar las rivalidades de autonomistas y nacionalistas, no tardaría en morir con motivo del problema de la sucesión presidencial de Avellaneda.
Los gobernadores de las distintas provincias quieren imponer una solución política que consulte los intereses generales y constituyen a tal efecto una liga que proclama al General Julio A. Roca, candidato y Presidente de la República.
El doctor Avellaneda, quien, sin duda alguna, habría aspirado a adoptar una posición de absoluta intransigencia, no tarde en verse envuelto en el juego de intereses creado en torno a la candidatura del General Roca y termina por apoyarla.
PLEITO
La Coalición muere en ese mismo momento de un síncope. Mitre retira su apoyo al gobierno y hasta los propios autonomistas  se manifiestan en contra de la Liga de los Gobernadores, reactualizándose el viejo pleito entre las provincias de Buenos Aires y el resto del país.
Buscan en el doctor Carlos Tejedor al hombre que debía encarnar el espíritu de oposición al acuerdo de los mandatarios provinciales y lo reclaman candidato a la Presidencia de la República, para oponerlo en las elecciones al General Roca.
La lucha se hace enconada. Evidentemente el doctor Tejedor está dispuesto a jugar la provincia entera contra los designios del Presidente de la República. Se producen frecuentes encuentros callejeros y las refriegas y los tiroteos se suceden entre las calles entre las fuerzas adictas por una parte al gobierno de la provincia y, por la otra, a la de la nación.
El clima de violencia llega a un grado tal de saturación que amenaza el estallido, pero tras algunos intentos infructuosos de figuras expectables en el sentido de hallar un candidato de transacción como Mitre o Sarmiento, se llega a una aparente tregua que, sin embargo, no sería nada más que la calma que precede a las tormentas.
En efecto, se incubaba la revolución de 1880. Al parecer el doctor Tejedor había tomado demasiado impulso por cuenta propia y los amigos, que habían proclamado su candidatura, iban raleando.

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El General Mitre.

CONFUSION
No es cosa muy averiguada por la historia si la habilidad política del General Roca influyó de tal modo en el espíritu de muchos hombres hasta hacerlos aparecer en actitudes contrarias a su caudillo de la víspera, pero el hecho cierto es que se producen momentos de gran confusión en la posición personal de muchas figuras expectables de la época, que se suman misteriosamente a las candidaturas de los gobernadores, con olvido de anteriores compromisos.
Pero nada detendrá al doctor Carlos Tejedor que se lanza a la lucha por la reivindicación de los derechos de la provincia de Buenos Aires, estallando la revolución de 1880. Se lucha ferozmente y, como es sabido, el Presidente Avellaneda, sin garantías en Buenos Aires, se retira a las afueras, poniendo sitio a las fuerzas rebeldes, que tras sangrientas jornadas son acorraladas en la parte sur de la ciudad.
La jornada decisiva corre a cargo del Coronel Nicolás Levalle, quien en la zona donde se ha levantado después el pueblo de Lanús concentra un fuerte núcleo de hombres bien armados. Avanza con ellos hasta Constitución y libra con éxito la batalla, por el respeto de las autoridades nacionales, contra las fuerzas de insurrección.

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Julio A, Roca con la banda presidencial.

TEJEDOR
Carlos Tejedor renuncia a la gobernación de la provincia de Buenos Aires y termina así la revolución.  Entretanto, el Presidente Avellaneda, dispuesto a finalizar definitivamente con el problema de porteños y provincianos que una vez más había ensangrentado al país, consuma la obra que por sí solo bastaría para dar carácter histórico a su gobierno: la federalización de Buenos Aires, que en adelante dará albergue a las autoridades de la nación, sellando la unión de los  argentinos sin las pasiones que hasta entonces se agitaban en su seno, dividiéndolos.
Las elecciones nacionales se realizan, imponiéndose la fórmula Julio A. Roca- Francisco B. Madero con 151 electores, contra 70 de su oponente, el binomio Carlos Tejedor- Saturnino Laspiur. A esta altura de los acontecimientos conviene saber que aunque muchos autonomistas sumaron sus esfuerzos para obtener el triunfo de la candidatura del General Roca, otros abrigaban la certidumbre de que se ha cometido un grave error histórico de favorecer los planes de la oligarquía.
Leandro, N. Alem, entre ellos abandona la lucha cívica activa y se refugia en la poesía para consuelo de sus desencantos, en la medida que el alcohol no alcanza a mitigar sus penas, recrudecidas con cada fracaso.




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