miércoles, 24 de febrero de 2016

GRAN LIO PERIODISTICO

Allá por el año 1896 hubo en Lima un gran lío periodístico, de los más grandes y sonados que hayamos tenido y que tuvo resonancia jurídica,  porque se trato nada menos que de la tan debatida cuestión del fuero de la prensa y de la libertad de pensar. Gobernaba Piérola, triunfador reciente de un formidable movimiento de opinión. Aún olían a sangre y a pólvora las calles de Lima y aún los resquemores de la lucha encendían el alma. Cosa difícil parecía enfrentarse siquiera, no ya oponerse, a quien como Piérola encarnaba en tales momentos una gran aspiración nacional y comenzaba a gobernar, después de una contienda de verdad sangrienta y terrible.
Cáceres estaba ya en el extranjero y con él muchos de sus principales corifeos, la opinión acompañaba al caudillo demócrata y el civilismo, todavía organizado y fuerte, colaboraba con la obra del gobierno de Piérola. Y sin embargo, había oposición y a pesar de la época, del apasionamiento de la hora y del recuerdo de la tragedia, se opinaba y se discutía.
Representaba a la oposición de modo principal en las filas de la prensa, don Andrés Avelino Aramburú, que permaneció fiel al régimen caído. En sus editoriales, señaló valerosamente los errores que en su concepto se cometían y en el tono  general de su periódico hacía notar las diferencias, los pequeños abusos, los mil  tropiezos que toda nueva organización trae consigo y que si muchas veces se desvanecen en el tiempo y se ahogan en los grandes beneficios de carácter general que después se palpan más grandes en los mismos momentos que se producen.
LUNARES
Aramburú opositor constante, permanente desde que fue Ministro de Balta hasta los días que ahora evocamos, supo reconocer después, hidalgamente, los beneficios que el país debe al excelente gobernante del 95.
Pero en los primeros momentos, cuando el espíritu antidemócrata  vivía aún y de la figura legendaria del caudillo, rebelde siempre, parecía sobrevivir sobre todo sus cualidades, la de su espíritu revolucionario, mal interpretado, y se comprende que quien se le había enfrentado siempre, encontrara en los comienzos de la labor reorganizadora del 95, lunares inevitables que el apasionamiento por todo lo que es actual suele exagerar.
Y fue un asunto tal vez baladí el que dio ocasión a Aramburú para poner de relieve su talento periodístico y la entereza de su carácter. De un sueltecito de crónica salió la bola de nieve que subió hasta los más altos estratos judiciales.
¿De qué se trataba? Sencillamente de una noticia que con el título de “Gran Escándalo” dio  La Opinión Nacional”. Se decía que una noche los vecinos de los barrios de Cocharcas habían sorprendido a un grupo de gendarmes llevando a un hombre amordazado y en tal condición que con el abultamiento con que se pensaba entonces se supuso que iba a ser victimado.

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Andres Avelino Aramburú: periodista de principios

POLICIALES
Al día siguiente, los otros diarios se ocuparon también del asunto y “La Opinión Nacional” volvía sobre la noticia con el título “El Drama Horrible”. Luego se escribió otra croniquilla y comenzaron las aclaraciones, las rectificaciones y se supo que se trataba simplemente de la traslación de un preso llamado Cáceda, que había sido revolucionario, de la división de Oré, acusado de ladrón de bestias o cosa por el estilo.
Se trataba pues de asuntos policiales sin mayor importancia y en cuya revelación no intervenía seguramente el propio director del periódico, pero de pronto apareció otro sueltecito titulado “Suma y sigue”.
Y este fue el punto inicial del gran lío. Decía el sueltecito que por los mismos barrios de Cocharcas, un vecino había visto que se llevaba a un hombre en forma extraña y se escondía tal misterio en el asunto, que  en el fondo denunciaba un crimen.
Aquí se armó la gorda. Se acogió la denuncia y se supuso,  que por venganza, por espíritu de abuso, o que se yo, se había victimado o se pensaba victimar a un hombre. No hay que olvidar que eran tiempos en que toda mentira truculenta encontraba asideros en la credibilidad pública y en que tenía una enorme importancia el despavorido grito de Cierrapuertas.
PRISION
Calculen el alboroto que se formaría. Aramburú, Director del periódico en que se hizo la denuncia, fue llamado a la Intendencia y como se negara a revelar el nombre del que le había llevado el dato, fue reducido a prisión.
 “La Opinión Nacional” dio la noticia llamativamente con título en grandes letras negras que decía sencillamente Prisión. En estos tiempos parece que tal frase bastaba para llamar la atención y soliviantar los ánimos. Todos los periódicos protestaron del hecho.
El Decano habló de los fueros de la prensa y Abelardo Gamarra en su animosa “Integridad”, tan valiente y tan nacional siempre, comenzaba su protesta diciendo: “Malo, malorum. Y terminaba: “Así no va mi plata…
Era Intendente de Lima Gonzalo Tirado, mozo arrogante, con unos grandes mostachos de mosquetero y una severidad ejemplar, como que fue un gran intendente en todo sentido. Pero el asunto de Aramburú se le fue de la mano. Acusaron indebidamente al Director de encubridor. El Ministro de Gobierno dispuso que se pusiera a Aramburú a disposición del Juzgado del crimen. Y aquí ardió Troya.


Acto de homenaje a tan distinguido comunicador.

VOCACION
Aramburú había sido sustancialmente periodista. Tenía una vocación desmedida que reveló desde joven. Fue carolino de los laureados con títulos especiales. El periodista vivía en la casa de sus padres, en la esquina de San Carlos y Gallinacitos y allí se le veía siempre atildado, pulcro, elegantísimo. Comenzó a figurar en 1864 como opositor a Pezet. Su primer editorial fue sobre la cuestión española
Formó parte de la redacción de “El Nacional” con Reynaldo Chacaltana, Manuel María Rivas, Francisco Flores Chinarro, Manuel María del Valle y Juan Francisco Pazos. Eran los días de su ardorosa y elocuente juventud.
Entonces se acostumbraba a discursear mucho más que ahora y mejor probablemente. Aramburú comenzó a destacar como improvisador desde que era estudiante. Era por esencia antimilitarista. Ya se perfilaba una devoción por el civilismo
El periodista, en tiempos de Manuel Pardo, escribió un vibrante folleto sobre el candidato civil y sufrió una prisión terrible por devoción a su jefe. Pardo se interesó por el amigo preso y le envió una tarjeta.


Placa que lo recuerda en una de las calles del centro de Lima.

GUTIERREZ
Al dorso de ella Aramburú escribió rápidamente: “En toda batalla hay muertos y heridos. Los heridos a la ambulancia, los muertos a la tumba. El General sólo se preocupa de vencer” Y en esta prisión se ganó la simpatía de Tomás Gutiérrez, que al recibirlo en Guadalupe, le dijo con sorna: “Doctorcito, ya cayó usted en mis manos.  Sólo siento que tal vez me ordenen flagelarlo. Salvo que se piense que le de pasaporte al otro barrio”.
Aramburú se limitó a contestarle: “Mi coronel, lo segundo sería más digno de usted y de mi”. Como Gutiérrez era bravo de verdad apreció la respuesta y trató al periodista como merecía. Poco después recibió orden de ponerle grillos.
Después se agravó la situación, porque la atmósfera estaba terriblemente cargada, vino la tragedia espantosa de los Gutiérrez, habían dirigido Aramburú entre otros la palabra al público, en medio de una emoción enorme, cuando aún se balanceaban en las torres de la Catedral los siniestros despojos de los autores de la efímera dictadura del 72.
Sube Pardo al poder y comienza a enfrentársele en una ardientísima oposición. “La Patria” y “La Sociedad” atacan despiadadamente al jefe del civilismo. Aramburú funda entonces “La Opinión Nacional”, que aparece por primera vez el 10 de Diciembre de 1873. 
COMPETENCIAS
Después del titular de presentación, el primero que escribió bajo el titulo Aquí yace Iquique”, comienzan las tremendas competencias con los reductores de “La Patria” y de “La Sociedad”, polémicas de todo orden, aún las canónicas habiendo sido muy célebre la que tuvo con Monseñor Roca, que terminó con la afirmación de Aramburú de que el principal autor en que apoyaba Roca su punto de vista estaba excomulgado…
¡Qué tiempos aquellos! Piérola iniciaba su leyenda y afirmaba su personalidad novelesca. Luciano Cisneros llenaba el ambiente parlamentario con el aroma de su elocuencia. Dávalos y Lisson recogía amorosamente costumbres limeñas. Ricardo Palma seguía como un gnomo amable, la vena escondida y áurea de la juventud colonial.
En el Club de la Unión se daban saraos rutilantes, que causaban la admiración de los viajeros. Lima tenía un cuartel envidiable. Aramburu, orador obligado de los ágapes cordiales, periodista disputado y querido, ponía cátedra de elegancia y de galantería.
Hacía epigramas y madrigales y pronto para las contiendas arduas, no desdeñaba bajo un emparrado criollo, improvisar cuartetas satíricas, mientras sus dedos ágiles y sabios bordaban el alegre repiqueteo de una zamacueca sensual y romántica.


Plazuela de la Merced a inicios del siglo XX

PERSONALIDAD
Afirmase entonces la personalidad inconfundible de don Andrés Avelino. Trajo al periodismo un poco fatigado, la frescura de un espíritu juvenil por esencia. A los ampulosos editoriales, suceden las frases cortantes y enérgicas, deslumbrantes como relámpagos.
Es el periodista como Cisneros el orador. Como Palma es el tradicionalista. Salaverry  el poeta. Pero pasan los años, se desvanece un tanto la ilusión civil y casi se eclipsa con el advenimiento del Gobierno de Prado, asesina a Manuel Pardo un soldado, el país decae, y de pronto, Chile que nos estaba acechando, nos muestra el puño y nos reta.
Aramburú se da cuenta de la tragedia y del derrumbamiento que se avecina y coincide con Piérola de evitar la guerra por todos los medios. Pero Chile se ensaña y se hace inevitable el choque. Fueron entonces más famosos sus editoriales, especialmente el del 21 de Abril de 1879 titulado Reminiscencias.
El periodista sostiene el pendón nacional con un brío extraordinario. Sus polémicas con Blanco Cuartín, con Zorobabel Rodríguez, con Vicuña Mackenna que corea el continente, son admirables. Pero no le bastan las batallas de la pluma, combate con espada, cae prisionero y comparte en Chile las amarguras del exilio y del desastre con Francisco García Calderón, José Antonio de Lavalle, Manuel María Gálvez, Emilio Forero y Manuel Gonzales de la Cotera entre otros. 
ORADOR
Al terminar la guerra, Aramburú asiste a la Asamblea de Iglesias y es como orador uno de los que más destaca. Fue uno de los comisionados con Monseñor Tovar, su antiguo contendiente, para lograr la conciliación con las fuerzas de Cáceres en Ataura y pronuncia en aquella oportunidad uno de sus más bellos discursos.
Iglesias es vencido y viene con el primer periodo del General Cáceres una posibilidad seria de renacimiento. Aramburú no se atraviesa en el camino de los vencedores. Iglesias se retrae definitivamente. Lo que viene después es tan de ayer que todos los conocemos. ¿Para qué recordarlo tantas veces?
 Aramburú continúa su obra de  periodista. Nada quiere, sino continuar siendo periodista y dándose cuenta, sin duda, del desfallecimiento espantoso del país, atempera sus ímpetus y predica la paz y la concordia
Y así pasan los años, hasta que lo encontramos en el año 1896 envuelto en el lio periodístico y jurídico del Suma y Sigue. Hay que convenir en que la posición de Aramburú era entonces dificilísima.
Su oposición casi imposible porque el país acompañaba a Piérola. Pero Aramburú no se amilanó y reanudó sus campañas. El hecho mismo revela, además, que había libertad de imprenta, cuando podía un periodista como Aramburú en momentos tan vidriosos, enfrentarse decididamente a un gobierno como el que formó la coalición en el país.

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Pequeño texto impreso de "La Opinion Nacional"

PERIODICO
Era muy distinta a las anteriores, por más que en el Perú se repita la historia y no pocas veces retrocediendo, sin duda por la fuerza que tienen aquí los precedentes, sobre todo cuando son malos y pueden servir el interés más o menos inconfesable o a la pasión, más o menos mezquinas, también.
Aramburú orientó su periódico modernizándolo y haciéndolo ligero, agradable, sumamente movido. Ya en sus primeros años había ensayado secciones tan divertidas y curiosas como las de los contrarefranes que aparecieron en el tercer número de “La Opinión Nacional”,  después  hizo las Charlamentiras. Los Introitos y sobre todo aquellas Mentiras y Candideces, que el público celebraba  alegremente y en las que entre gracejo y gracejo se decía  muchas veces verdades como puños.
También estimuló inmensamente la producción literaria y fundó el Album Literario, que dirigía Pedro Rada y Paz Soldán y en el que comenzaron a destacar Palma con sus cuentos admirables, Chocano con sus épicos arranques, Fiansón con su  parnasianismo, Román con sus habilidades. 
TRANSFORMACION
Epoca muy interesante, por más que nos parezca reciente es la que se inicia el 95 que es, sin duda, por manera indudable, un punto de partida. En todos los órdenes hubo una transformación. Pudo inclinarse la vara de la ley y que se quiso ensayar con éxito allá por el año setentaitantos.
Aumentó la población, desaparecieron las rabonas y el país en general pareció convalecer. En las cámaras se anunciaban Manzanilla, muy joven entonces,  pero muy fino y muy amplio, dentro de la discretísima y elegante forma en que actuó. Leguía y Martínez en quien no se hubiera podido adivinar al tigre de nuestros días y Mariano H. Cornejo, que por fin pudo desbordarse.
No obstante la transformación, aún Lima era aldeana y romántica. Aún se señalaban las casas de los potentados y aún podía distinguirse entre otros los coches de los que tenían plata. La retreta era todavía un encanto. El pianito ambulante repartía su campanillesca alegría en todos los barrios y la luna solía durante seis días del mes posarse en nuestras calles.
Un almuerzo en el Parque de la Exposición  con queso, aceitunas, mantequilla, cazuela de gallina, corvina, riñoncitos, pato con arroz, lomito con vainitas, huevo, té o café costaba un sol. Aún podía decirse: “Que bien está fulano esta ganándose 200 soles.
A Aramburú se le traslado a la cárcel pública. Desde ella escribió con su firma un editorial altivo y contundente protestando de su prisión por los fueros de la prensa y desconociendo la jurisdicción del juez de la causa que era entonces el doctor Adolfo Villagarcía.


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Una manifestacion de protesta en la Lima de aquella época.

COMPLICACION
El asunto se complicó porque se quiso implicar a Aramburú en un lío puramente judicial. Fue su abogado Julián Guillermo Romero. Se le ofreció pedir su libertad bajo fianza, pero se negó a ello, sosteniendo que sólo reconocería el delito, si lo era, de haber acogido una denuncia.
En Mayo se vio la causa en la Corte Suprema, lo que revela la insigne perogrullada de que en aquellos tiempos cuando se apresaba a un hombre se le ponía  a disposición de los jueces y se le permitía hablar. Fue Aramburu a la Corte desde la cárcel, acompañado de un oficial.
El doctor Romero entró en andas, por el gentío enorme. Los universitarios llenaban la sala. Aramburú fue recibido con vítores y aplausos. El Fiscal Cavero sostenía en su vista que debía darse soltura a Aramburú pero con el fuero del Juez
La sala la componían los doctores Arbulú, Puente Arnao y Flores. El voto de este último fue enteramente favorable a la tesis del periodista preso. Pero la Corte falló aceptando el auto del Juez
Aramburú se negó nuevamente a aceptar el fuero. La causa subió rápidamente a la Corte Suprema. El periodista después de la brillante defensa del doctor Romero habló en medio de ovaciones y volvió a la cárcel de Guadalupe, acompañado por una muchedumbre entusiasta, a la que tuvo que dirigir la palabra antes de entrar en prisión.
DOCTRINA
En la Corte Suprema el Fiscal Manuel María Gálvez sentó la verdadera doctrina. No cabía encubrimiento en quien acoge una denuncia en su periódico, que por lo demás ya se había declarado autor de ella Isidro Alvarado.
No cabía tampoco la prisión por la negativa a pronunciar el nombre del denunciante, por cuanto el procedimiento debió ser primero la denuncia ante el Jurado, del suelto mismo o, en todo caso, el oficio del Intendente al Agente Fiscal para que denunciara el hecho revelado.
Opinaba por la revocación y reforma de los autos anteriores y por la libertad de Aramburú. “La Opinión Nacional” publicó durante muchos días tanto el voto aislado del Vocal Flores, como la vista del Fiscal Gálvez
La vista en la Suprema también fue sensacional. Romero y Aramburú estuvieron elocuentísimos. Aramburú comenzó con aquel período que todos recuerdan: “Vengo como el viajero perdido en el desierto, con las sandalias rotas, lleno de polvo y de zarzas en el camino” La ovación fue enorme.
La Corte Suprema no desconoció el fallo de la Superior, pero afirmó la necesidad de la libertad incondicional de Aramburú. Los votos de los vocales Espinoza y Elmore fueron en todo consonantes como la Vista Fiscal.

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Su hijo Andres Avelino Aramburú Salinas también periodista.

AGITACION
La bola de nieve Sube y Sigue que quedó convertido en título de una sesión permanente agitó a todo el mundo, creció, se hizo una cosa inmensa. Aramburú defendió con arrogancia los fueros de la prensa por un simple suelto. Reveló su caballerosidad y su temple
¿Y el Gobierno qué hizo ante el escándalo? Dejar que los tribunales pusieran en libertad a Aramburú. Dejar que este escribiera desde la cárcel, que se defendiera, que ganará ovaciones, que lo acompañaran el pueblo y los estudiantes, mientras el seguía gobernando, administrando, procurando corregir y crear. ¡Gobernaba Piérola!
Aramburú salió de la cárcel lleno de prestigio y salió obligado, porque no quiso aceptar el fuero común en lo que el creía un simple delito de imprenta, en todo caso, provocado por el inevitable y muy limeño mentidero de los vecinos.
En realidad, la monstruosidad denunciada no se había realizado, sino en la enfermiza imaginación de unos cuantos. El Gobierno permitió que se hiciese completa luz, como pedía el órgano demócrata que dirigía el castizo Julio Hernández. 
SALUDO
Toda la prensa de la república, sin excepción, saludó a Aramburú como un gran defensor de la libertad de imprenta y así, tan arrogante como había entrado, con el problema de no haber permitido durante el tiempo que duró su prisión, que lo visitara su familia siquiera, salió a recibir parabienes y cordiales saludos aquel gran editorialista, de los escarpines impecables, del fresco ramo de violetas en el ojal, aquel conversador inimitable, señorial, criollo, fino y valeroso, que tenía para todos, grandes y chicos, la frase amable y precisa y el oportuno consejo. Señor de arenga, de madrigal y epigrama, que supo equivocarse y errar, tuvo el mérito de reconocerlo así muchas veces.
El tiempo suele ser no sólo justo, sino generoso. Aquel inmenso triunfo de Aramburú que apasionó los ánimos y ahondó divisiones políticas de entonces es a través de los años triunfo también del gobierno de la época, porque el debate se hizo en público, a la luz del día, como una justa caballeresca. Pasados los años Aramburú reconoció que Piérola había hecho un gran gobierno. El reconocimiento tenía trascendencia porque Aramburú combatió siempre, siempre al caudillo demócrata.
En la gloria, donde ya no se combate, Piérola y Aramburú se han estrechado las manos y se han sonreído… (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea.)

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