jueves, 15 de octubre de 2015

LAS ATROCIDADES DEL PROCESO DREYFUS

Vistiendo el uniforme de capitán del ejército de Francia, con el cabello encanecido y un poco agobiado sin por ello perder su apostura, se encamina hacia el cuadrángulo de la Escuela Militar un ex prisionero de la Isla del Diablo. Alfredo Dreyfus. Quisiera en esos momentos derramar una lágrima de alegría y de recuerdo para tantos amigos que no están a su lado.
Pero la disciplina, el sentido del deber y la seguridad de ser el motivo de un acto trascendental para su patria se lo impiden. Y marcha sereno, casi rígido hacia su rehabilitación. Basta un instante para que toda la triste historia que conmovió a Francia y al mundo retorne a su mente.
Fue en 1894, Alfredo Dreyfus, capitán de artillería. Un militar integro que honraba su país sirviéndolo en el Ministerio de Guerra. Una noche, cuando terminadas las tareas del día se entregaba al disfrute de los sencillos goces del hogar, una comisión llegó hasta su casa.
Extrañado, preguntó de qué se trataba. No se lo dijeron, pero algo en el tono de quienes venían a arrestarlo, le puso en guardia. Un suceso muy grave debía haber ocurrido. Sin embargo, tenía la conciencia tranquila y al despedirse de su esposa, que lloraba, la consoló diciendo: “Esto debe ser un error… pronto se aclarará”. ¿De qué lo acusaban?
Cuando lo supo, se siento anonadado, como si un rayo hubiera caído a sus pies. Alta traición. La documentación reunida por el Fiscal, tendía a demostrar que Dreyfus había entregado los planos del  frente hidroneumático del obús de 120 mm a una potencia extranjera, además de revelar detalles de la movilización de tropas destinadas a cubrir las fronteras del Este.


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Alfredo Dreyfus: víctima de la peor de las injusticias.

CARTA
Una carta sin fecha y sin firma prometiendo datos sobre el “Manual de Tiro de Campaña” era el fuerte de la acusación. Peritos calígrafos afirmaron que la letra era de Dreyfus.  La situación del procesado se agravó por la circunstancia de ser judío y de origen alemán.
Todo lo acusaba y el tribunal  el 22 de Diciembre de 1894,  lo declaró reo de alta traición dictando la tremenda sentencia: cadena perpetua, degradación pública y deportación a una posesión francesa en América.
Días después era enviado en un barco a la Isla del Diablo. La familia de Dreyfus y sus amigos no le abandonaron. Luego de varios años, su hermano Mateo reunió algunos elementos de pruebas en su favor, logrando que el Senador,  Scheurer Kestner, tomara su defensa.
En un célebre debate trascendió que el Teniente Coronel Georges  Picquart había ocultado importantes documentos que demostraban que el verdadero culpable era el Comandante de Infantería Ferdinand  Walsin Exterhazy.  El reclamo de la opinión pública obligó al procesamiento de ese militar, pero el tribunal lo declaro inocente.

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La célebre defensa de Zola publicada en los periódicos.

ZOLA
Todo parecía perdido, cuando Emilio Zola publicó su célebre “Yo Acuso” que repercutió hondamente en Francia. Una tentativa para procesar al escritor solo sirvió para echar nuevas luces ante una opinión pública intensamente agitada.
El Coronel Henry era el falsificador de uno de los documentos que habían decidido la condena. Ante la evidencia, Henry se suicidó. Fue necesario traer a Dreyfus a Francia y el 1° de Julio de 1899, un Consejo Militar reunido en Rennes, si bien lo encontraba culpable, halló circunstancias atenuantes, condenándosele a 10 años de prisión.
Este fallo no convenció a nadie. Una ola de indignación recorrió a Francia y el mundo.¡Se había cometido la monstruosidad de condenar a un inocente!. El prejuicio racial provocó aún manifestaciones anti judías, pero el peso de la verdad se impuso.
Al fin el 12 de Julio de 1906, el Tribunal Supremo declaró que no había la más mínima sombra de culpabilidad que pudiera empañar el nombre y la reputación de Dreyfus. De esto hacía una semana. Y ahora marcha el joven capitán de ayer hacia el mismo sitio de su degradación.
La tropa formada en cuadro asiste a la ceremonia de la imposición de las insignias que le fueron arrancadas, en 1894. Luego le prenden en el pecho el distintivo de los caballeros de la Legión de Honor.
Altos jefes le besan en las mejillas y luego saludan al Comandante Dreyfus. Pasa  enseguida  la columna de soldados en formación de honor a los acordes de “La Marsellesa”. Dreyfus no puede evitar ahora un velo de lágrimas que no logran empañar ese instante supremo  en que, al rehabilitar a un hombre honrado, víctima de los prejuicios raciales, resplandece la gloria de la democracia francesa.
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El proceso de la barbaridad jurídica.

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