viernes, 23 de octubre de 2015

LA ABDICACION POR AMOR AUTENTICO

12 de Mayo de 1937. Londres despierta sin haber dormido. Mientras el alba apunta y las luces eléctricas palidecen, los innumerables colores de un día de fiesta se fijan poco a poco. El blanco, el azul y  el rojo, que en el recorrido adornan los balcones y tribunas. Los gallardetes que flotan en la cima de los mástiles. La cruz anual de San Jorge que ondea en el viento. Los pabellones de todas partes del Imperio. Las guirnaldas multicolores que atraviesan las calles. Todo esto, que es multiple e impresionante, da la impresión de que el día nace de una fiesta que nunca acaba.
Para verla,  más de tres millones de hombres y mujeres se apretujan en las calles. En Oxford Street, los soldados ayudados por los boys scouts, colocan barreras para impedir la entrada de la multitud por las calles laterales. Aquellos que han podido pagar entre 3 y 15 libras ya se ubican en las tribunas levantadas en la plaza del Parlamento, en el Mall, frente a Buckingham Palace y a todo lo largo del Park Lane.
Reyes, príncipes, gobernantes coloniales, primeros ministros británicos y de los dominios, van llegando en las suntuosas comitivas. Westminster abre sus puertas de par en par para recibirlos. El pueblo aclama a las princesitas Elizabeth( la actual soberana) y Margarita. También a la Reina María que, por primera vez, presencia la coronación de un hijo desde hace dos siglos y medio: Jorge VI
Exactamente a las 11 se inicia la coronación con el ceremonial tradicional que dura hasta las 14.15. Una vez más el pasado ha triunfado sobre el presente. El más grande imperio sobre la tierra se ha puesto al servicio de su arcaísmo.

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El Duque de Windsor y el amor de su vida: Wallis Simpson

COSTUMBRES
Inglaterra saca a relucir sus costumbres más tradicionales. Resucita sus más antiguos trajes, para afirmar mejor que su desarrollo se ha cumplido en el marco de instituciones milenarias. Todo esto mezclado con un profundo sentimentalismo que hace que la mujer del pueblo se preocupe del cansancio de las princesitas, y que tal o cual leal súbdito de Su Majestad, evoque su segunda intención, pero con una franca simpatía de hombre, a su Alteza ausente, que prefirió a una mujer a los fastos de una coronación.
A esa misma hora, envuelto en una róbe de chambre, el Duque de Windsor escuchaba por radiotelefonía la transmisión de la solemne ceremonia que originariamente había sido preparada para él.
Ardía el fuego de la chimenea del Castillo del Cande, cerca de Monts, junto a la que se hallaba sentado. Afuera llovía.  Frente a él su prometida, Wallis Simpson, norteamericana y dos veces divorciada, también escuchaba atentamente.
 Luego un miembro del séquito del duque informaría sobre el estado de ánimo de Eduardo con esta frase textual: “Era evidente que para las pocas personas que pudieran estar cerca de él, que nunca se sintió en su vida tan feliz como ese momento”.

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Jorge VI asumio el reinado porque su hermano se enamoró.

BANDOS
Atrás quedaba la tempestad. Cuando se hizo público su amor por Lady Wally, se formaron dos bandos irreconciliables en las filas del pueblo, pero una  sola opinión había en el gobierno inglés: el enlace era totalmente imposible, a menos que Eduardo renunciara a su corona.
El mundo vivió pendiente del insólito episodio y acompañó con su simpatía a la pareja. Por último el 10 de Septiembre de 1936, Stanley Baldwin, Primer Ministro inglés, anunció que Eduardo VIII había resuelto abdicar, en el curso de un dramático discurso pronunciado en la Cámara de los Comunes.Su reinado duró sólo 325 días. Fue uno de los monarcas de más corta duración en la historia del Reino Unido y nunca llegó a ser coronado
Un mensaje del propio monarca confirmó la noticia: “Después de largas y maduras reflexiones he resuelto abdicar. Esa es mi última e irrevocable decisión. No puedo desempeñar esta pesada tarea con eficacia y satisfacción propia.
Algunos diarios hicieron este comentario: “Asistimos a la crisis más triste y más terrible que recuerdan los anales de Inglaterra, pero nadie tiene derecho de juzgar al Rey”. Ahora junto al fuego Eduardo medita. Sin embargo, un noble de su séquito diría a los periodistas que fueron al Castillo de Cande, “que nunca se sintió tan feliz como en aquellos momentos”…

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