domingo, 26 de octubre de 2014

VIDA RELIGIOSA

En la sección Lima del N° 1476 del 20 de Mayo de 1844(del diario “El Comercio), se dice que “ha sido objeto de la curiosidad pública el designio del viaje de algunos jesuitas y las hermanas que los acompañaban. Que por influjo de nuestro arzobispo han sido hospedados los primeros en San Pedro y los segundos en Santa Teresa. Estos padres iban a Estados Unidos en misión catequizadora de los indios salvajes de las montañas pedregosas. Las madres eran religiosas de Nuestra Señora. Estuvieron en Lima sólo una semana. El jefe de la misión era el padre Juan Smet.
El famoso padre Gual llegó de Génova el 18 de Septiembre de 1845. Así se ve en una razón de pasaportes presentados, publicados en el número 1884 de la colección. Vino con otros reverendos en la barca sarda María Luisa y así lo consigna el N° 1883 de la sección “Puerto del Callao”.
Gran alboroto y regocijo produjo en Lima la colocación de una gran campana en la Catedral el 20 de Junio de 1845, y “El Comercio da cuenta del hecho en su sección “Lima” del número 1810. Esa campana se comenzó a fundir el 12 de Marzo de 18944. Su peso es de 254 quintales. La hizo Gregorio Villavicencio y costó diez mil cuatrocientos setentidos pesos. Al ser elevada a las 12 menos veinte de ese día se tocó a plegarias.
En el número 2118 del 26 de Septiembre de 1846, publicó “El Comercio” un magnífico litograbado del Papa Pio IX, recientemente elevado al solio pontificio por la muerte de Gregorio XVI. Trae ese número una amplia información sobre ambos personajes.



Sacerdotes del siglo XIX.

RENUNCIA
En el número 2204, del 23 de Octubre de 1846 también se publicó la renuncia que del deanato de Trujillo hizo don Francisco de Paula González Vigil, quien dice en ella que habiendo sido defensor de la autoridad de los gobiernos frente a las pretensiones de la curia romana, no puede recibir honores ni beneficio de aquellos, para no hacer sospechosa su defensa y añade que su sentimiento en estas materias ya no sólo es suyo, sino nacional y americano.
Termina su elocuente y desinteresada renuncia ante el Ejecutivo agradeciendo las bondades y honores que se le quiere hacer, y pidiendo que se le deje en libertad, La alteza moral del gran tacneño resplandece en su nota de renuncia. En esa época Vigil estaba en Huancayo, reparando su salud quebrantada y preparándose para reanudar sus labores en la Biblioteca Nacional.
Para la biografía poética de Santa Rosa, damos este dato: en el número 8726, correspondiente al 29 de Agosto de 1865, hay una composición dedicada a la santa por Clemente Althaus.
En el año de 1848 hay una reseña, muy cómica por cierto, de unas recreaciones habidas en el Convento de Santo Domingo, en las  que, según el irónico revistero había un auditorio compuesto “de militares, frailes y matronas de 45 abriles, llenas de colgajos y perejiles”. 
ENTREDICHO
Añade que supo que “era costumbre muy añeja, hasta en los conventos de monjas, que en el mes de septiembre se recreen y que las monjas se pongan calzones en esos días y los frailes truequen sus hábitos benditos por la mundana y tentadora pollera.
Se ocupaba, después del teatro, revelando la gran afición que había por la ópera. Por la del número 2277 nos enteramos que hubo un entredicho de sabor colonial entre el Cabildo Eclesiástico y la Corte Suprema, porque no se ofreció a ésta la candileja de plata que era costumbre, en tiempos antiguos, ofrecerle en días de grandes fiestas.
 El año 1848, el día de Santa Rosa, se olvidaron del presente los señores cabildantes, y los señores supremos, indignados, pasaron notas y, según el revistero, mandaron fabricar una candileja nueva. Ese año, en la  Procesión de las Mercedes, los doctores de la universidad sacaron a relucir unos estupendos capelos.
Por otra de las revistas (número 2783) nos enteramos de que en Octubre de ese mismo año, estaban de moda los saraos. En la del número 2795 se trata de antiguallas noticiosas” y de la necesidad de hablar de “procesiones, novenas, vísperas, temblores,. Y se anuncia la última edición de los sonetos de Quiros.
En la del número 2812 se ocupa, entre otras cosas, de las noticias llegadas sobre la gran riqueza de California. No vuelve a aparecer, después de la últimamente citada, la sabrosa revista, que revela en el autor vasta cultura, gracia, agudo espíritu crítico y gran sentido periodístico.
TERREMOTO
En el número 2208 del 28 de Octubre de 1848, se publicó un extracto de la carta que el Padre Lozano de la Compañía de Jesús, escribió desde Lima al Padre Brun Morales de la misma compañía ,en Madrid a raíz del terremoto de 1746.
En ese extracto hay datos interesantísimos sobre lo que era la riqueza de los tiempos de Lima antes de la ruina: “Había en casi todas esas iglesias riquezas inmensas, así en pinturas como en vasos de oro y plata guarnecidos de perlas y pedrerías…”
“El ocular testigo del desastre se lamenta de la caída de tanta y tanta grandeza: el arco triunfal sobre el puente con la estatua ecuestre De Felipe V, el Palacio del Virrey, el Tribunal de la Inquisición, la Real Universidad, el magnífico Colegio de San Pablo (hoy San Pedro), la Casa del Noviciado (hoy San Carlos), la casa profesa de Desamparados. Todo sufrió daños incalculables. En las carmelitas de Santa teresa, de 21 religiosas, 12 quedaron machucadas con la priora, dos donadas y cuatro sirvientas.”…
En el Hospital de Santa Rosa, setenta enfermas fueron muertas en sus lechos con la caída de las paredes. Relata la muerte de don Martín de Olavide, que cuando vio que su esposa, a quien tiernamente amaba, era muerta, murió también él de dolor”.


Plano de Lima antigua antes de uno de los devastadores terremotos.

EL VIRREY
Describe el enterramiento de los muertos en zanjas que por corta providencia se abrieron en calles y plazas, porque nadie se atrevía a acercarse a las iglesias “con el temor que causaban los continuos temblores”. Cuenta después como el Virrey, Conde de Superunda, convocó a la hermandad de la Caridad para que con los dependientes del policía condujese los cadáveres a las iglesias seculares y regulares, para evitar la infección que amenazaba la ciudad.
Relata el Padre Lozano, también que había tres mulas y caballos muertos y pestíferos y reinaban la desolación, el terror y el hambre. Describe después el mal incomparablemente mayor que sufrió el puerto del Callao con el temblor y con la hinchazón del mar, que elevándose a una altura prodigiosa, cayó de modo horrible sobre el pueblo, tragándose los barcos grandes que había en el puerto y botando los pequeños por encima de las murallas y de las torres al otro lado del pueblo, arrojando a  tierra las casas e iglesias y ahogando todos los habitantes, de modo que quedó todo el Callao sin poderse distinguir donde se hallaba el pueblo”. Dice que de los religiosos sólo se salvó el padre agustino Arispe, y que el número de muertos fue de siete mil, habiendo escapado sólo 100 personas.
La carta está llena de una grave emoción. En ella se cuentan actos tan atrevidos como los de los que se echaron por encima de las murallas para ganar, luchando con las olas, algún barco, y se pinta y elogia el heroísmo del dominico Alonso de los Ríos, que pudiendo haberse salvado, pereció en la ruina por llenar las funciones de su ministerio, para exhortar y consolar a los que, desolados, eran presa de la más espantosa confusión.


El Virrey del Perú Conde de Superunda.

Entre los datos extraordinarios sobre el punto a que subió la fuerza del agua, consigna que la Iglesia de San Agustín “fue llevada en peso” a la isla de San Lorenzo. Calcula las pérdidas de Lima y Callao en más de 700 millones de pesos que es cantidad fabulosa, dado el valor adquisitivo que en ese tiempo tenía la moneda de este tipo.
Otro  aspecto que la carta revela es el de lo que en alguna otra ocasión llamó este cronista “la  oratoria de los temblores”. Dice el padre Lozano que desde aquel día lamentable “los predicadores y los confesores repartidos en todos los barrios consolaban y exhortaban a todos para recurrir a Dios con el dolor de sus pecados”
La carta termina con la  descripción de un cuadro que demuestra el estado de pánico en que quedaron los pobladores de Lima durante muchos días. “El último día de Noviembre, a las cuatro y media de la tarde, mientras se hacía por las calles la procesión con Nuestra Señora de las Mercedes,  se levantó por toda la ciudad una gran gritería de que había salido la mar y estaba cerca de Lima. Todos se pusieron en movimiento. Unos corrían y otros caían. 
TODOS HUYERON
Hasta las religiosas salían de sus claustros, huyendo con el pueblo a ponerse en salvamento…”Sólo pereció en esta confusión un tal don Pedro Leandro, que huyendo a caballo cayó y se mató. El propio Virrey en persona tuvo que arengar a los fugitivos que espantados corrían hacia los cerros de San Cristóbal y San Bartolomé.
La carta que rápidamente glosamos en este rasgo es sumamente interesante y su publicación el 28 de Octubre de 1846, es decir, a los 100 años del tremendo acontecimiento, revela un avisado sentido periodístico, que despertó tal interés que se agotó la edición y hubo de ser reproducida en el N° 2210, del 30 de Octubre. (Páginas seleccionadas de las “Obras Completas” que pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea).

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