domingo, 26 de octubre de 2014

EN EL MANDO SUPREMO DE HITLER

Con dos fulminantes campañas, los alemanes habían derrotado a tres ejércitos: el polaco, el francés y el inglés. Ante el espectáculo de  la asombrosa eficacia que ofrecía la máquina bélica alemana, no era aventurado suponer que esta máquina se apoyaba en un mando dotado de una casi perfecta estrategia, minuciosamente organizada e informado, en  condiciones de dominar cualquier situación. Pero de la descripción del General Warlimont, que formaba parte de este mando, resulta que la realidad era totalmente distinta.  Los signos de la debilidad estructural del Mando Supremo de la “Wehrmacht” se manifestaron ya durante las brillantes campañas de Polonia y Francia, en el periodo de los mayores triunfos militares.
Hitler repetía frecuentemente que no podía decirse nunca que las Fuerzas Armadas de un país estuviesen preparadas para la guerra, porque jamás estaban en el punto máximo de la eficacia. Más, por lo mismo, tampoco el enemigo podía estar preparado, así que lo esencial consistía en adelantar los preparativos de potencial anticipándose al adversario.
Durante el periodo de los “paseos militares”, que  se iniciaron con el Anschluss de Austria y concluyeron con la anexión de Memel al Reich, Hitler adquirió la costumbre de visitar los territorios conquistados a veces inmediatamente después de su ocupación por las unidades alemanas.
Durante estos viajes se hacía acompañar tan sólo por uno o dos oficiales. Por esta razón, el 3 de Septiembre de 1939, dos fechas después de estallar la guerra, no fueron necesarios grandes preparativos para que se dirigiera al frente oriental, mientras el Estado Mayor del OKW, incluida su sección más importante o sea la operativa, permanecía en Berlín.


Hitler un fanático, dirigiéndose al pueblo alemán.

EL DICTADOR
En el “tren especial de Hitler” viajaba también su séquito personal-compuesto de miembros del “Gobierno, del Partido y de las Fuerzas Armadas”, según la frase que usaba entonces- y su coche constituyó su primer puesto de mando. Pero, en realidad, las Fuerzas Armadas estaban escasamente representadas. Para ser exactos, sólo  por los elementos más antiguos del Mando Supremo, los generales Keitel y Jodl, junto con uno o dos oficiales de enlace y unión o dos ayudantes.
A causa de tan escasa representación militar, el Mando Supremo no podía asumir las funciones que competían al máximo organismo militar del país. Y esta circunstancia, en definitiva, fue una notable ventaja en lo concerniente a la dirección de las primeras operaciones bélicas que, durante la Blitzkrieg contra Polonia, se confiaron totalmente a la responsabilidad del Ejército y de su Estado Mayor. Hitler no tuvo entonces muchas posibilidades de intervenir, al contrario de lo que sucedió en los años siguientes, con las consecuencias desastrosas que todos conocen.
No obstante, el procedimiento adoptado para improvisar este primer mando puso de relieve la gravísima debilidad  de los cuadros militares  alemanes en la cima de escala jerárquica. Hitler era el comandante supremo de las Fuerzas Armadas y, al mismo tiempo, el dictador.
EJEMPLO
Su personalidad dominaba y absorbía toda la estructura del país, y no existía un vértice militar debidamente organizado, bajo el mando de un general con autoridad, que pudiese actuar de contrapeso.
Un  solo ejemplo será suficiente para demostrar la falta de coordinación entre la política exterior y la dirección militar: el 17 de Septiembre, la primera reacción del General Jodl, al recibir la noticia de que el Ejército ruso estaba avanzando sobre Polonia, fue preguntar, de forma aterrada: ¿Contra quién?
Esta debilidad estructural tuvo consecuencias bastante graves, y la incapacidad del OKW para establecer  una colaboración efectiva con los altos mandos de las fuerzas de tierra, mar y aire empeoró algo más la situación.
En realidad, desde el principio, los altos mandos se habían opuesto a la constitución de un “Mando Supremo de las Fuerzas Armadas” con autoridad sobre los tres Estados Mayores, objetando que un organismo de este tipo sería incompatible con la responsabilidad de cada uno de ellos.
Hasta el momento de estallar la guerra, la estructura y atribuciones del Estado Mayor operativo del OKW no habían sufrido modificación alguna desde 1935. Componían el Estado Mayor doce o quince oficiales, por lo que su eficiencia era limitadísima, aunque sólo fuera debido al exiguo número de los componentes.
CARENCIA
Además, este organismo había evitado en todo momento ampliar sus responsabilidades. Por ejemplo no disponía de un sistema de enlace con el Servicio de Información con los órganos logísticos o con los elementos administrativos de los territorios ocupados, por lo que tuvo que depender, en gran parte, de los altos mandos de las tropas, desmintiendo en la práctica su misma definición de “Mando Supremo de todas las Fuerzas Armadas”.
El Jefe del Estado Mayor (al que se llamaba jefe del OKW) era el General-más tarde Mariscal de Campo- Keitel, quien había desempeñado el mismo cargo en la época de Blomberg. No tenía mando. Era de menor antigüedad que los comandantes en jefe de los tres ejércitos y nunca presidió un consejo de jefes de Estado Mayor.
Al conferírsele el   cargo de Jefe del OKW, Hitler le había asegurado solemnemente que le haría su “confidente” y le consideraría su “único consejero en todas las cuestiones concernientes a la Wehrmacht”.
Pero en realidad, Keitel acabó convirtiéndose, más o menos, en una especie de “jefe de negociado”. Su colaborador en grado más alto en las cuestiones operativas, el General Jodl (después Oberstgeneral), muy pronto consiguió suplantarle como consejero efectivo de Hitler en materia militar.

Las fuerzas militares del nazismo

ACTITUD
Sin embargo,  las indiscutibles cualidades  personales de Jodl quedaban  anuladas por una fe fanática en Hitler, al que respetaba hasta el punto de subordinar cualquier idea o duda que el mismo u otros tuvieran al “genio del Fuhrer”
Esta actitud absurda de los dos generales acabó por acarrear consecuencias nefastas en el specto militar y, además, hizo más profunda la división entre los oficiales del Mando Supremo, considerados como los hombres “de la nueva frontera” en el sentido nacional socialista y los altos oficiales de la Wehrmatch, nás tradicionalistas y conservadores.
Por lo tanto, la impresión que producía el Estado Mayor del Mando Supremo de Hitler al estallar la guerra era la de un órgano directivo bastante débil. No lo digo apoyándome en consideraciones retrospectivas, sino expresando tan sólo mis impresiones de entonces, que recuerdo perfectamente.
Como a las diferencias que había entre sus componentes se unía el desacuerdo con las diversas armas, su autoridad era prácticamente nula. E incapaz como era  de dar el necesario y sólido apoyo a un político falto por completo de experiencia militar en altos niveles de mando, no supo evitar una segunda guerra mundial.
En pleno desarrollo de la campaña de Polonia, El Estado Mayor General, que había quedado en Berlín, recibió la orden de efectuar un estudio de mando que debería instalarse en Alemania occidental, lo más cerca posible del frente.
Pero había una cláusula restrictiva: ese puesto tenía que encontrarse fuera del máximo alcance de la artillería francesa, hoy debía ser lo suficientemente grande como para alojar a la Sección de Operaciones del Estado Mayor de la Wehrmacht.
Ordenes posteriores precisaron que era necesario encontrar una ubicación lo más cercana posible al mando supremo de Hitler para el comandante en jefe del ejercito, Oberstgeneral von Brauchitsch, para su jefe de estado mayor, general Halder, y para un estado mayor reducido a los elementos indispensables.
En el periodo prebélico Hitler defendió siempre la opinión de que su puesto tenía que estar en la capital del Reich y en el verano de 1939 rechazó la propuesta de organizar un puesto de mando eventual cerca de Berlín, pero situado algo al oeste, aduciendo el ridículo pretexto de que no le era posible trasladarse a Poniente, mientras el Ejército avanzaba hacia el Este. Evidente es que ya había cambiado de opinión.


Los soldados durante la guerra
SECRETO
La segunda decisión de Hitler, respecto a lanzar su ofensiva hacia el Oeste en el otoño de 1939, influyó de un modo notable en todo el curso de la guerra, e incluso en el desarrollo de los acontecimientos posbélicos. Tomo esta decisión a mediados de Septiembre, sin discutirla con nadie, sin pedir la opinión de los expertos, confiándose a una sola persona: su ayudante de campo, Coronel Schmundt, a quien por lo demás, no hizo más que anunciar su propósito.
Schmundt comunicó la noticia secreta  al jefe del OKW, que figuraba oficialmente como único consejero del Fuhrer, a título “estrictamente confidencial”. Hacia el 20 de Septiembre, en el transcurso de una vista que realicé al Mando Supremo, Keitel me la reveló bajo la promesa del más absoluto secreto. Entonces tuve la impresión de que la iniciativa del Fuhrer le había dejado por completo anodado.
A pesar de las instrucciones que recibí de Keitel, en cuanto regresé a Berlín informé al General Heinrich von Stülpnagel, segundo jefe del Estado Mayor del Ejército, porque sabía que el  comandante en jefe le había encargado dirigir un memorándum a Hitler para comunicarle que se necesitarían varios años antes que el Ejército alemán estuviera  en condiciones de comprometerse en una guerra sobre el frente  occidental.
 Como yo también era de la misma opinión, creía y sigo creyendo que cualquier medio estaba justificado  para impedir que nos lanzáramos a una segunda guerra mundial.
Durante los años anteriores a la guerra, la oposición manifiesta  u oculta que se había hecho a la política agresiva de Hitler resulto ineficaz. Luego, al estallar el conflicto, las primeras y rápidas victorias le dieron aparentemente toda la razón. No obstante parecía haber llegado el momento de realizar el máximo esfuerzo para salvar a nuestro  país y a nuestro pueblo antes de que fuera demasiado tarde.
Contravine las prescripciones de Keitel que me había impuesto el secreto, no  sólo informando al General Stülpnagel, sino tratando de convencer a una alta personalidad neutral a fin de que interviniese como mediador para poner inmediatamente fin a la guerra. Pero ambos intentos resultaron infructuosos.
En la sección de operaciones del Estado Mayor del  OKW, nadie expresó opiniones contrarias a  las del “comandante supremo”, según expresión de Jodl.  En realidad después de la campaña de Polonia y del regreso de Hitler a Berlín, los oficiales más antiguos del Estado Mayor se encontraron más aislados que nunca, porque los  generales Keitel y Jodl se habían trasladado de la Bendlerstrasse, sede oficial del OKW, a la Cancillería del Reich, donde vivía y trabajaba Hitler.



El Fuhrer con los oficiales del alto mando.

CIRCULO
El deseo de aquellos era seguir formando un círculo cerrado, una especie de maison militaire semejante a la que habían constituido en Septiembre dentro del tren especial. Sus  únicos compañeros en el palacio de la Cancillería eran Hitler y sus ayudantes. Vivían bajo su constante influencia, y Jodl se sentaba además en la mesa de Hitler, junto con los magnates del Tercer Reich.
Mientras tanto, los oficiales de Estado Mayor del OKW residían en la Bendlertrasse, a unos diez minutos en autobús de la Cancillería, donde se vivía realmente la situación. Su única actividad consistía en recibir directivas de la residencia del Fuhrer y transmitir órdenes que casi siempre, iban contra su opinión personal.
Otras veces recogían informaciones y datos, procedentes de los diversos altos mandos y que siempre resultaban insuficientes para influir en las ideas preconcebidas de Hitler. Los oficiales del  Ejército que formaban parte del OKB no recibían un apoyo moral ni una orientación espiritual de ser superiores inmediatos. Así es que pedían ayuda al Estado Mayor del Ejército.
Dos incidentes significativos, ocurridos en este periodo, ponen de manifiesto el abismo existente entre la ideología  nacional socialista y la mentalidad militar. Poco después de la campaña de Polonia, Hitler, al darse cuenta de que el mando militar alemán trataba a los polacos de un modo razonable y civilizado, se enfureció y sin tener en cuenta las exigencias militares, confió de pronto la responsabilidad de los territorios ocupados a un funcionario del Partido, nombrándole “gobernador general”, personaje que se dedicó con extremado celo  a la ejecución de las instrucciones recibidas. Hasta Keitel quedó horrorizado de la brutalidad y el desprecio hacia toda idea de legalidad que manifestó Hitler durante su explosión de furor
El segundo incidente se produjo el 5 de Noviembre de 1939, cuando el comandante supremo del Ejército e presentó en la Cancillería del Reich en su último intento por disuadir a Hitler de sus planes ofensivos contra Occidente.
Puso de relieve el hecho, demostrado ya en la campaña de Polonia de que en ciertas unidades del Ejército la preparación se había manifestado insuficiente. El motivo aducido por  Brauchitsch afectó a Hitler en un punto muy sensible: su ambición en lo relativo al adiestramiento de la juventud nacional socialista. Por ello interrumpió bruscamente a  Brauchitsch y le pidió pruebas concretas de lo que decía
Keitel salió del despacho de Hitler y me pidió un anuario militar: evidentemente pretendía examinarlo junto con el Fuhrer para comenzar a buscar en seguida un sucesor de Brauchitsch. Y ambos se dedicaron con tanto ahínco a esta tarea que dejaron pasar, sin darse cuenta, la hora en que se debía cursar la orden que  establecería el momento del ataque en Occidente.


El gran esfuerzo para utilizar el armamento.
OFENSIVA
Cuando Keitel regresó a mi oficina, le pregunté si Hitler había dado dicha orden. Keitel salió de nuevo  apresuradamente para dirigirse al despacho de Hitler, regresando pocos minutos después. Hitler había establecido que la ofensiva comenzase el 12 de Noviembre, a despecho de las razones expuestas por Brauchitsch y pese a que la fecha estaba, evidentemente, demasiado cercana.
Transmití telefónicamente la orden al Mando Supremo del Ejército y no me sorprendió en absoluto la respuesta de de mi interlocutor, el Teniente Coronel  Heuzinger, quien objetó que para transmitir una orden tan extraordinaria e inesperada como aquella debía recibir antes una confirmación por escrito.
Acogí con calma el hecho de que la fecha de esta ofensiva fuera retrasada nada menos que trece veces, con ridículos aplazamientos que, en ocasiones, eran tan sólo de dos a siete días. Esta manera de proceder anulaba cualquier plan previsto.
No obstante, el General Jodl consiguió demostrar su habilidad en Abril de 1940, durante la campaña de Noruega. A los primeros indicios de crisis, Hitler dio un triste espectáculo de debilidad y se mostró dispuesto a abandonar Narvik, objetivo principal de la campaña. Sólo la firme actitud de Jodl lo detuvo
Las presiones a a las que Jodl se vio expuesto en este mismo periodo se pusieron de relieve con motivo de la participación italiana en la guerra. Hitler hacia todo lo posible para incluir a Mussolini a comprometerse recurriendo a presiones y halagos.
En cambio Jodl, y con él los oficiales más jóvenes de su Estado Mayor, se oponía a ello, y hasta llegó a presentar a Hitler un informe en el que se exponía sucintamente todos los motivos que desaconsejaban la intervención de Italia en el conflicto.
Debido a esa circunstancia, los oficiales de la sección operativa del OKW quedaron mucho más anonadados  y perplejos cuando tras el primer encuentro de Hitler con el Duce, después de estallar la guerra, cambio bruscamente la situación.
El 19 de Marzo de 1940, observa Jodl en su diario, Hitler regresó de la reunión del Brénnero “radiante y muy satisfecho” porque Italia parecía dispuesta a entrar en guerra cuanto antes. La política, como sucedía frecuentemente en aquel mando supremo, había dejado a un lado, sin consideración alguna, las exigencias de tipo militar.
Al fin se constituyo un mando unificado y repartido de manera racional al principio de la campaña de Occidente. La sección de operaciones del Estado Mayor del OKW había proyectado establecerlo en Ziegenberg, junto a Bad Nauheim, en los montes Taunus. El edificio estaba ya dispuesto y también se habían llevado a cabo los preparativos para la instalación del mando, pero Hitler no aprobó el proyecto.


El tanque como efectiva arma defensiva.

REUNION
Evidentemente, no le apetecía vivir en una residencia de campo o verse rodeado de cuadras, caballos o una granja. En consecuencia ordenó que se preparasen para el puesto de mando tres grupos s en la retaguardia del frente occidental: uno en el sector norte, otro en el centro y el último en el sur. Las disposiciones necesarias para que el Estado Mayor pudiera seguir al tren del Fuhrer en otro tren especial.
El Mando Supremo se reunió por primera vez  el 10 de Mayo de 1940. Pero esto no bastó para hacerlo más compacto ya que seguían latiendo en su interior las antiguas divisiones. Hitler y su círculo inmediato vivían en las cazamatas de la denominada de la zona 1 del mando. El resto estaba alojado en una granja cercana, denominada zona 2 del mando.
Otras secciones del Estado Mayor trabajaban en el tren especial detenido a corta distancia: otras, junto con los restantes servicios y oficinas del Mando Supremo habían quedado en una residencia ubicada en Berlín, donde se hallaba también el mando supremo de la Kriegsmarine
Los altos oficiales del Ejército tuvieron que alojarse en un pabellón de caza en las proximidades  de Bonn.  También  Goering, con el estado mayor de  la Lufwaffe se había trasladado a las cercanías en su tren especial, lo mismo que Ribbentrop y Himmler, los cuales  se consideraban miembros del  Mando Supremo
En el Felsennest, “nido sobre la roca”-nombre con que Hitler bautizó su puesto de mando-, el ambiente estaba determinado en general, por nuestras brillantes victorias en la campaña de Occidente que había superado las esperanzas de todos.
Pero a pesar de esos éxitos medida que se hizo evidente que el verdadero  Mando Supremo o, mejor dicho, la sección operativa del estado mayor del OKW estaba prácticamente desautorizado, comenzó a cundir el descontento.
De ese modo se llegó a finales de mayo a  aquella serie de acontecimientos que pasaron a la historia con el nombre de drama o milagro de Dunkerque, según  el punto de vista del que se considere. Los historiadores podrán estar de acuerdo o no sobre la parte de responsabilidad que el Comandante del Grupo de Ejércitos A, von Rundstedt, tuvo con Hitler con esa victoria perdida.
Pero a quienes se encontraron implicados directamente en el asunto no les cabe ninguna duda de que la batalla de Dunkerque no habría concluido con un fracaso de haber dejado al Ejército decidir la situación. 
SIN EFECTO
Si no hubiera sido por Hitler nadie habría prestado la menor atención a las balandronadas de Goering, quien afirmaba que la Luftwaffe era suficiente por si sola para  cercar por mar a las unidades franco británicas. Porque, en realidad no se trataba más de una jugada, discutible militarmente y políticamente astuta, encaminada a  impedir que el Ejército se llevara toda la gloria del hecho bélico.
En semejante situación, no tenían efecto alguno las  objeciones expuestas por los oficiales del Mando Supremo.
Habitualmente se les informaba de las decisiones de Hitler después de tomadas, y los argumentos que aducían para oponerse a ellas no pasaban ya de Jodl. (Editado, resumido y condensado de la Revista “Así fue la Segunda Guerra Mundial”)

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