jueves, 10 de julio de 2014

PENSIONISTAS DEL ESTADO

Aspecto original también de la vida limeña es el que ofrecen las viudas e indefinidos pensionistas del Estado. Forman una legión devoradora y dolorida. Viven del ayer que con fuerza irremediable los sujeta al recuerdo, los inmoviliza en la visión del pasado y los torna tristes y despechados. Desde la viuda parlanchina y leguleya, que habla, habla y habla, y la pobre mujer silenciosa y sufrida que espera con ansia dolorosa el fin del mes para recibir del Estado una miseria, hasta el pomposo militar retirado que guarda siempre la ilusión de volver a los días deliciosos de montar a caballo y fusilar a cuatro pícaros, resumen sintético de su decisión y de sus ansias, todos todos “son tristes que aprisionó el pasado”, y  arrastran lamentablemente una vida de angustias y de menudas necesidades.
Hay una clase, no muy numerosa, que ha cambiado algo de su sicología altiva y dominadora con el tiempo y la pobreza reinante en el país, desde la última guerra nacional. Es la viuda de alto copete, señora de campanillas que, antaño especialmente, no iba a Palacio, pues tenía persona de confianza para que le cobrara la pensión y que cuando la ocasión se presentaba entraba sólo en comisiones para hablar con el Jefe del Estado, a quien se dirigía en términos soberbios muchas veces.
Se cuentan mil anécdotas de las viudas de los grandes mariscales y de los generales  de la Independencia, que sabían soltar cuatro frescas a quienes dificultaban o demoraban el pago de las pensiones.  Naturalmente, el tipo ha decaído y ahora las pensionistas de copete han disminuido.

Antigua Foto Moda Años 20 Damas Con Sombrero
Pensionistas de la Lima antigua.

LAS APACIBLES
Ellas se reducen a encargar a alguna persona que les cobre la pensión. Todo su orgullo se limita a no pisar Palacio ni entenderse directamente con los encargados del pago. En último caso, preferían entenderse con los usureros.
Hay otro tipo característico: las apacibles, aquellas que sin protesta hacen cola en la ventanilla de la Caja Fiscal y esperan pacientemente que les toque su turno, sin una queja, sin un reproche, sufridas, como avergonzadas, dispuestas a dejarse maltratar por todas las que van como leonas a disputar, aunque sea el tiempo, ya que el dinero no les sería permitido. Son generalmente viudas necesitadas y doloridas, que sufren la inevitable ley de la lucha por la vida y que no saben quejarse, sino en su interior sangrante y herido por la injusticia, por el abandono y la miseria.
Frente a este género se alza amenazador y bullicioso, el de la peleadora que grita desde el fondo de la habitación con voz chillona: “Señor Lozano, Señor Lozano, aquí hay una vieja que no me deja pasar”. “Vieja, será usted, so pelona”. “Malcriada, como se conoce que usted ha nacido en una cueva”… Y zis zás, comienza el capítulo naturalista de los arañazos y de los tirones de pelo. Espectáculo no muy frecuente el de las vías de  hecho tal vez, pero cotidiano e inevitable el de las caricias verbales. 
LOZANO…
Pensionistas hay que se presentan sudorosas, apresuradas, jadeantes, dispuestas a meter el codo, el hombro, a pisar por mala fe y solapadamente a la que tienen adelante,  a dar empellones, hasta situarse en lugar visible, para hablar con el señor Lozano.
 De pronto surge una voz angustiada y temblorosa:” Señor Lozano, me apachurran, me matan”. El señor Lozano ríe imperturbable y continúa haciendo llamar por orden alfabético, divagando en alguna escultura, quizá un originalísimo y  formidable expresivo grupo en mármol negro y en mármol blanco que se llamará  las viudas.
Hay escorzos y actitudes inverosímiles. Señoras gordas que muestran ciencia y arte etupendos en aquello de deslizarse, escurrirse, acomodarse en cualquier sitio con blanda adaptabilidad del líquido untuoso y pesado. El género de las bravas es el temible. Desde antes que se abra la caja discurren por los corredores, charlan bulliciosamente, rajan de los hombres públicos, se acuerdan del pariente que les dejara el montepío sólo cuando se acerca la hora de cobrar y entonces, yo lo creo, no hubo en el país hombre como ese,que era talentoso, valiente y leal, como el que más.
En los corredores saludan y detienen a todo el mundo, hablan de lo que no entienden, amenazan con los parientes gobiernistas, son enemigas terribles de los empleados subalternos, del portero, del portapliegos, del amanuense que encuentran en su camino, a los que amonestan por cualquier nimio motivo y en toda circunstancia.
Antigua Foto De Dama Con Paraguas Y Ninos
La madre que tenia que mantener a las hijas.


OTRAS
Hay otro género de pensionistas que cuidan su vestir aunque un tanto antiguo, se retocan la cara, se ponen bucles y crespos postizos, fruncen la boca y hablan con artificial y parsimoniosa delicadeza. Ahuecan la voz, ponen los ojos al cielo, miran con mecánica ternura a los que pasan, se contonean sin salero, pero con intención, y, seductoras de interés, no lo hacen pensando en la caída, sino en la hora auspiciosa que inducirá al empleado a servirlas preferentemente.
Cuando cobran, dicen con los ojos un agradecimiento prometedor, que se repiten todos los meses y salen a la calle satisfechas, convencidas de que deben el favor a su belleza, a su gracia, a sus encantos otoñales, casi siempre ya del todo marchitos por el tiempo y por la melancolía, hermana inseparable de las vidas oscuras.
Tienen estudiados a los funcionarios conforme a su  incendiabilidad. Los hay, para ellos imperturbables y fríos, los hay melosos y galantes, serenos y duros. Las clasificaciones varían al infinito. Nadie comprende cómo las de este género llegan a averiguar tan a fondo la vida de gil y mil. Y entre estas y las otras, participando muchas veces de sus matices diferenciales, se alzan las chismosas, las que todo lo saben y lo comentan todo y llevan y traen las fábulas del día especialmente las de saber  picante y encendido color. 
DIALOGOS
Los diálogos son interesantes: -“Me dicen que la viuda de fulano esta media trabajosa”. Yan o viene a cobrar, tiene encargado… El otro día la vi en la calle que parecía el coche del Santísimo, tan engallada iba. La muy tonta se hizo la que no me veía, pero yo que no aguanto candideces, le dije fuerte para que me oyeran todas: ¿Cuándo cayó la avenida que hizo desbordar la acequia, doña Mariquita? Se puso como un tomate y  me respondió: “¡Ay doña Manuelita, le digo a usted que estoy lo más mal de la vista! Quiso disimular, pero no pudo y la deje chantada.
Y  ¿Qué me dice usted de la gorda esa de los abalorios, que venía como una ave cantora, y que dicen que se va a casar con el italiano que tuvo la pulpería de matasiete? ¡Ay, hija, si se ven cosas que parece que se va a acabar el mundo!
Y así atentas a la vida y flaquezas del prójimo, esgrimen las grandes tijeras, lamentándose de tener que hacerlo, pero haciéndolo concienzudamente.
Entre el tipo de los indefinidos, hay dos grandes clases el  definitivamente derrotado que no sueña en la reconquista de la pasada grandeza y el nostálgico, que siempre confía en la resurrección. A l vera del Palacio, haciendo sus grandes bigotes, su marcial aspecto, echado hacia atrás, el indefinido típico acaricia una pera imponente hoy camina con aires de mando llevando un gran layo  y un lloque amenazante.
SE RIEN
Tipo de aguardiente con pólvora de esos que ganaban los combates sólo con sus riñones, es el de los que se ríen de las tácticas y las estrategias y se burlan del progreso  militar de las mariconadas, mariconadas dicen, de los nuevos militarcitos, de estrecha cintura, llenos de curvas, y de andariveles.
Pero este tipo del indefinido matonesco va   desapareciendo. La reacción del año 1895, comenzó a abatirlos y se fue  muriéndose la clásica especie de aquellos que esperaban siempre la reacción, que no podían dejar de cortar la mañana, tomando el buen puro de Ica. Hablaban con voz ronca y subterránea, no perdían el compás guerrero y caminaban aún como si sufrieran la gloriosa incomodidad del peso del gran sable sujeto a la cintura por varios dorados cordones.
El indefinido actual no tiene el intenso colorido de otros tiempos y por amor del progreso y de la cultura cívica, es menos temible de rebeldías en escucha del llamamiento sanguinario de las continuas revoluciones. Ya no es el tipo del mandón que soñaba con dar rienda suelta en las Prefecturas a sus ímpetus dictatoriales.

Portal de Botoneros en la Plaza de Armas de Lima
MODELO
Los genuinos, los que nuestra generación ha alcanzado, los  últimos representantes de la legítima especie, inconfundibles en el vestir, en el andar, en el hablar, fueron sabrosos rezagos de la edad  heroica. El indefinido de hoy es lamentable y descolorido, comparado con esos antiguos indefinidos fanfarrones y majestuosos, de que no quedan ya sino escasísimos ejemplares.
El que existe es el indefinido nostálgico, desgraciado militar o funcionario  venido a menos. Toda su vida es un rosario de añoranza. Vive pobremente, pero no deja de felicitar a los nuevos ministros. Va a Palacio con el más pequeño motivo, anda a caza de recomendaciones, hace de sacrificio por presentarse bien, si acaso hay algún acontecimiento público de importancia, cuida como oro en polvo las condecoraciones de los combates a que asistiera y suspira cotidianamente por la vuelta de los buenos tiempos.
Pertenece a todas las instituciones de orden militar, se afana por pronunciar discursos en estilo de proclamas y pasa su existencia soñando en el despacho que llega algún día trayéndole el esperado ascenso. Es el de los que sabe exactamente cuánto le costarán el nuevo uniforme, los dordones, las charreteras. Hace presupuestos, forja planes y se pasa las horas saludando, saludando, inútil ingenuo, esperanzado siempre.
Junto a  aquellos coexisten con su aire e amargura negligente los que se sienten ya fracasados, que nada hacen y nada operan. Son los melancólicos que se olvidaron de aspirar y de pedir. Abonados a los bancos de las plazuelas, ven pasar el tiempo que los mina, sorda e implacablemente. Van de tarde en tarde,  a Palacio, cobran en silencio, apenas se reconocen en el ayer.
EJEMPLARES
 Son de aquellos tristísimos ejemplares de humanidad que podrían preguntarse desolados: “¿Pero yo fui aquél? “Unos se embriagan a diario, ahogando su infecunda tristeza en el engaño del alcohol.
 Otros, abandonados por completo a sus desgracias, se dedican  al arte del sableo, pidiendo, agradeciendo con habitual humildad, una peseta, una copa, un cigarrillo. Lastimosamente raídos no hablan de sus glorias, parecen haberlas olvidado y cuando alguien, caritativa o burlonamente, se las rememora, levantan los ojos, miran vagamente al espacio, a alguna visión remota que se esfuma, la aprisionan un instante y dicen con fatalista indiferencia: “Es cierto, es cierto”. Suspiran de nuevo, piden un cigarrillo y absortos ante las perezosas volutas del humo, vuelven a su modorra dolorida. Esta clase está ya definitivamente extinguida.
Además del usurero, del  agiotista profesional, a menudo con oficina establecida, dueño de su impunidad insolente y de su crueldad acatada, hay entre las mismas pensionistas algunas que explotan, ya como agentes de aquellos usureros, ya como capitalistas, la  necesidad dolorosa de las propias compañeras. Espectáculo triste y equívoco es el que ofrece la atracción pulposa de estas mujeres que persuaden a las menesterosas de la necesidad de la venta de sus pensiones por seis meses, por un año, con intereses leoninos.


Muy religiosos eran estos personajes y acudían a las procesiones.
COMPETENCIAS
Parlanchinas, argumentadoras, hacen temblar la voz, aseguran que sólo las mueve la miseria ajena y viven a caza de noticias de desgracias familiares, para ofrecerse con avariciosa oportunidad a quienes necesitan y se hallan en condiciones de entregarse en cuerpo y alma.
Aunque parezca exagerado, lo cierto es que los propios usureros tienen que sostener serias competencias con la usurera por vocación, cordero convertido en lobo en su propia manada que aprovecha su ciencia del terreno, su perspicacia y su privilegiada situación para conocer la agobiadora escasez de las compañeras.
Hablan en voz baja, son la esencia de la discreción, dan palmaditas y son afectuosas, pura miel para todas sin excepción, porque confían instintivamente en el azar inesperado de la desgracia y ven en cada pensionista una víctima posible.
Y así van, indefinidos, cesantes y huérfanos y viudas, camino de dolores sin términos, de pobrezas infinitas, de cruel abandono, monótonamente lamentable, atentas a una fecha y pendientes de una ventanilla, sombras mezquinas de tiempo y del espacio, en que se resume y simboliza la estrechez de sus vidas oscuras. (Páginas seleccionadas del libro “Una Lima que se Va”, cuyo autor es el consagrado escritor y político José Gálvez Barrenechea).

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