martes, 25 de marzo de 2014

LOS FAITES

No puede ser más limeño el asunto, ni más limeño el tipo de faite, tal como estamos acostumbrados a verlo desde hace algún tiempo. Ya degenerado y vulgar, no tiene ninguna de las características, y cada día ha ido decayendo en su persona, en sus costumbres, en sus formas sucesivamente inferiores y denigradas.
El tipo del faite, tal como lo concebimos ahora, tiene pocos puntos de semejanza con el prototipo; representa una degeneración del antiguo mozo malo, pendenciero y jaranista, que perteneciendo a altas clases sociales, se dejaba seducir por el bullicio, la alegría y gustaba, como amante de lo criollo, de ir de parranda en parranda, pero sin explotar  su gracia ni sus fuerzas.
Era frecuente antaño que el caballero de aristocrática familia, acaudalado y rumboso, concurriera asiduamente a jaranas de medio pelo en las que campeaba por sus respetos, su donaire, su gracia,  la facilidad con que improvisaba una copla, bailaba una resbalosa y echaba a la calle con sus puños al primer atrevido que faltase el respeto a la comadre.
Estos señoritos eran padrinos de nacimiento, bajaban a los Reyes el 6 de Enero, llevaban a la pila a más de un mulatito, sabían domar a un potro, puntear airosamente una guitarra, se desmorecían por la sopa teóloga y la carapulca con rosquitas de manteca y no desdeñaban pasajeros amoríos  con mulatas zandungueras y graciosas, de ropa almidonada y amplia, de cabellera rizosa, bien peinada y adornada con flores, ingeniosas en el decir y prontas y agudas en el responder.


Un faite moderno

JUERGAS
El mozo malo de antaño se reclutaba principalmente en el seno de las más linajudas familias y caballeroso dentro de sus locuras, procuró no hacer nada indigno, dedicando sus ocios, “que eran los más del año” a diversiones, paseos y juergas.
El mozo malo de Lima, el budinga y el mozo bravo, como se les llamar en Ica, degeneró sensiblemente. Las antiguas y graciosas jaranas en las huertas, desaparecieron casi; a las gentes de buena cuna, suntuosas y alegres sustituyeron mocitos de tres al cuarto, con la vergüenza de la espalda e indignos, al contrario de sus antecesores de una tradición, de un recuerdo literario. Orgullosos y consentidos, el antiguo mozo malo abusaba de su situación, burlaba a la policía, hacía gala de su fuerza, pero no cometía fechorías ni rayaba en las lindes del escándalo  
Las jaranas de antaño, si que eran jaranas, según cuentan los viejos. Generalmente se realizaban en huertas arregladas con el genuino gusto nacional. Allí las cadenetas, las banderas, los quitasueños alternaban con los sauces y las flores del país. No había jarana sin un cortejo pantagruelesco de viandas, y durante aquella, se almorzaba, se comía, se cenaba y se dormía, prolongándose la parranda varios días.
Según antiquísima costumbre pisco que era del bueno y  legítimo se guardaba en botijo de barro y se le echaba la llave de la huerta, la que no podía sacarse hasta que no se consumiera todo el sagrado líquido.
ZAMBITAS
 El personal lo componían unas cuantas chinas cholas, zambitas guiaragüeras y formaban la orquesta, guitarras, cantores nacionales y cajones en los que los más pintaditos mozos de la capital batían con desenvuelta destreza el compás repiqueteador de las zamacuecas
Allí campeaba el mozo malo legítimo; él era quien hacía respetar la jarana, daba órdenes y todo lo disponía y arreglaba a su antojo, sin permitir que nadie se descantillara. Eran los días en que se bailaba la zamacueca (cueca o chilena que después bautizó El Tunante con el nombre de marinera), la resbalosa, el tondero, el agua de nieves.
La pobreza de un lado, el aumento cada vez más creciente de la clase media y la falta de espíritu fueron haciendo decaer gradualmente estas costumbres y estos tipos característicos. Luego la guerra llamó al servicio militar a muchos de los antiguos mozos malos, los que en su mayor parte encontraron gloriosa muerte y supieron cumplir con su deber.
Es, precisamente, en los dolorosos tiempos de la guerra donde ha de buscarse el verdadero origen de la palizada que degenera tanto después. Tal vez la costumbre de caminar en pandilla, de mortificar al transeúnte, de buscar pleito a cualquiera, tuvo su origen en una bella iniciativa de una serie de mozos mataperros de Lima, de familias decentes, quienes durante la ocupación chilena, se ocuparon de fastidiar al vencedor, en golpearlo y ridiculizarlo donde podían, organizando tretas y trampas para que cayera y procurando llevar a los oficiales enemigos a terrenos donde tuvieran que luchar cuerpo a cuerpo.

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La Lima antigua.

DIABLURAS
 Muchos nombres se recuerdan en Lima de mozos que durante la ocupación, olvidando sus antiguas mataperradas, se decidieron a amargar toda fiesta en la que el vencedor se entregaba al regocijo, ideando diabluras sin cuento. Los chilenos, según es fama popular, vivían entonces desesperados.
La palizada tal como apareció en Lima con todo su cortejo de calamidades, fue posterior a la guerra y tal vez, como dijimos tuvo su origen en aquella reunión de mozos que se ocupaban en perturbar los goces del vencedor.
 Se conservó la costumbre, pero ya sin el simpático fin que tuviera. Y Lima padeció durante varios años, la insolencia de un grupo de mocetones bien plantados algunos de ellos pertenecientes a distinguidas familias que hacían gala de su vigor y  destreza para maltratar a cualquiera y que armaban en café, hoteles y teatros mayúsculos escándalos.
 Entonces inició la era inacabable de los cabes, cabezazos, contrasuelazos, combos, banquitos, cargamontones, sistema este último empleado en casos de apuro, lanzándose todos contra el infortunado que había logrado golpear a alguno de los de la pandilla. 
CELEBRIDAD
Los faitemanes, porque entonces nació el tipo genuino del faiteman-palabra tomada del inglés- se hicieron temer sobremanera, abusaron largo tiempo de su situación, alcanzando celebridad. Muchos de ellos bien dotados por la naturaleza, tipos verdaderamente bellos y finos, poseían dones de atracción incuestionables y lastimosamente perdieron sus condiciones arrastrando a veces una vida de vicio y de trivialidad bulliciosa.
Los faites genuinos tuvieron hasta indumentaria propia. Usaban sombrero suelto, americana cruzada, pantalón bombacho a la Waterloo y eran amos en el teatro, señores de toda señoría en los Toros y dueños de todos los corazones que se ponían en alquiler en la ciudad.
 Abusivos y fachendosos, complacíanse en golpear a cuanto desgraciado se ponía a sus alcances, tenían terminajos peculiares, se reían de la policía, eran temidos en comisarías y lugares de detención y amados de las casquivanas, dejaban que su vida transcurriese en un jaranero y gustador aturdimiento.
 Pintoresco dentro de sus maldades y gracioso dentro de sus defectos, el tipo del faite constituyó en Lima una personalidad saltante que despertaba curiosidad y llamaba vivamente la atención. Conservador,  si, de los gustos criollos, era enemigo personal de los caballeritos, detestaba el tongo y el chaqué, se reía de los sietemesinos elegantes y reinó como un pachá en los barrios de bronce resucitando algunas viejas leyendas, jaraneando en huertas, a las que llevó algo de la antigua sangre ligera y del arcaico donaire criollo.


Los vecinos de un callejon tipico limeño


MOSTACHOS
 Quimboso y lleno de típicos decires, asustaba por los grandes mostachos, el empaque para amenazar, el movimiento agresivo que ponía en todos sus gestos y l voz campanuda, terriblemente mosqueteril por su exageración y su tono.
Entre los faites de aquellos tiempos hubo muchos que, como los días del mozo malo, pertenecían a distinguidas familias de los que fueron niños mimados. Infinidad de anécdotas se cuentan de estas palizadas originales que circulaban por las calles centrales, rompían vidrios, golpeaban a la policía, se metían en los teatros y en general a todos los espectáculos sin necesidad de billetes y eran el terror de empresarios, de padres de niñas pobres y de mujeres descarriadas.
No faltó desde los remotos tiempos del mozo malo, hasta los relativamente inmediatos del faite, el tipo intelectual que improvisaba coplas; era el poeta de la partida, escribía la letra de los contares de la palizada y gozaba de ascendiente en su cuerda. Alguno hubo que colectó aires antiguos, llenos de gracia y convivieron con los de la palizada ingenios que algo de su típica espiritualidad llevaron a las fiestas. Muchas canciones admirables nacieron en las jaranas, propiciadas y sostenidas por los faites. 
COSTUMBRE
La pintoresca costumbre de las palizadas creó por espíritu de imaginación una serie de grupos similares en diversos barrios y así hubo la palizada de Abajo del Puente, la de los Naranjos, la de Chacarilla, la de las Nazarenas y hasta los muchachos organizaron su palizaditas. En las palizadas siempre había alguno que era respetado por todos.
 Era el más faite, el gallo para echárselo a cualquierita, llegando a tan alta categoría por su garbo, su suerte con las mujeres y sobre todo porque un día, por todos recordado, pudo  más que el Cabezota o el Tripa Larga, famoso en tal o cual  barrio. En esto, como en todo, el afán de encontrar un gallo forma prte de la sicología nacional.
Todos, casi sin excepción, andan con un gallo bajo el brazo, aunque no lo parezca. En todos los órdenes, la intensa preocupación de un caudillaje inferior inquieta y preocupa los espiritus. Todos tenemos nuestro gallo. Cada palizada tuvo el suyo. También se acostumbraba que las palizadas pasaran de barrio en barrio.
 Y esto se explica porque la ciudad tenía marcas y costumbres diferentes según sus diversas secciones.  Los vehículos han concluido por hacer desaparecer los matices diferenciales típicos. El barrio entonces tenía un carácter autónomo, casi hostil. De allí que se organizaran deafíos y no pocas veces en el barrio escogido para el duelo, se sentía un estrépito formidable de golpes, juramentos e imprecaciones.

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Calles antiguas capitalinas con balcones relucientes.

LA PALIZADA
 Las gentes salían de sus casas; en balcones y ventanas asomábanse tímidos rostros de mujeres, los muchachos gritaban, piteaban los celadores, se armaban una infernal batahola y cuando alguien preguntaba por qué se formaba tal lio, se le contestaba con tal naturalidad: “Son los de la palizada de las Nazarenas-por ejemplo- que se han venido esta noche. Y así sucesivamente.
Entre las anécdotas que hemos oído relatar sobe la palizada se cuentan algunas graciosas como aquella de que los faites que caminaban con aire especial por las calles del centro, sacaban a lo mejor sus cuchillos, que según frase de ellos mismos eran pura vista y los afilaban con ademán facineroso en los sardineles de las veredas.
El  gran éxito de la palizada llevó a mucha gente de medio pelo a organizar también sus palizadas de color chocolate que campeaban en ciertos barrios, hacían barbaridad y media, golpeaban a los pulperos, daban palizas formidables a los chinos y continuando la leyenda de los congéneres de alto copete sedaban grandes aires señoriales y conquistadores.
 Era muy raro el barrio donde no habían dos o tres callejones con su respectiva palizada, que preocupaba a los pobres cachacos que creían cumplir su deber con el alarmante fiu li del pito que casi nunca daba resultado. 
IMITACION
Curioso pero lógico dentro de la sicología infantil fue el afán de imitación de  los faites que tenían los muchachos de los colegios que en los barrios organizaban sus palizadas con todas las características de los grandes. Hablaban imitando el tono faitoso, sabían lo que era un huacarinazo, conocían de memoria la leyenda de los más grandes faites e Lima, se preciaban de parecerse a tal o cual gallo famoso, se daban el pisto de hablar de ellos como si fueran sus íntimos amigos y andaban a la salida del colegio llenos de guaraguas, decires y quimbosas actitudes
Ente las diabluras verdaderamente espantosas de los faites, conocemos una auténtica, de sabor realmente macabro y que podría servir de argumento de un cuenro cruel en que se describiera el alma torcida y refinadamente malévola de algún degenerado.
 Tratóse en cierta ocasión y en cierto hogar modesto del velorio de una criatura, el clásico velorio en que el compadre debía hacer los gastos, correr con el sepelio y acudir compungido y pesaroso a la casa de la comadre, donde a media noche, siguiendo la costumbre, se  organizaba una parranda silenciosa, aunque parezca paradojal, ya que si es cierto que no se bailaba ni se cantaba (por más  que en alguna si se hacía) en  cambio circulaba el alcohol que era un bendición.
El compadre de esta historia es un faite legítimo. Acudió efectivamente y a la media noche, sin que nadie lo pensase, armó una jarana de las de mara. En el cuarto vecino, la criatura que había muerto a los pocos días de nacer, yacía rodeada de lámparas de aceite, cirios y demás accesorios fúnebres.
ZAS
En el fondo de un corralito contiguo al  mortuorio aposento, una olla descomunal contenía hirviente y suculento, el caldo de gallina que se daría en la madrugada a los veladores. El  licor nubló el cerebro del compadre y cuando estaba en lo mejor del tristecito, en que se cantaba el dolor de una madre que pierde a su hijo, se introdujo al cuarto donde yacía la criatura, la cargó, se metió con ella al corralito donde el caldo hervía y zas lo echó a la olla.
 Luego se quedo dormido. Despertó con un escándalo formidable, gritos de mujeres, llantos desgarradores y entonces se dio cuenta de la estupidez que había cometido. La madre al ir a espumar el caldo se encontró con algo que  no era precisamente un pollo, envuelto en telas, alumbró con una vela y ¡triste horror! Sacó semi sancochado el cadáver de la criatura. Nadie cuenta cómo terminó la tragedia y, cómo en un verdadero cuento macabro, se ignora también si alguien tomó ese caldo.
La gran cantidad de imitadores concluyó con la fama de los faites y comenzaron a surgir mocetones fuertes y bravíos que en más de una ocasión bajaron el penacho  a los clásicos. Una avalancha de mocitos de pelos en pecho apechugó con lo que se le puso delante. 
DEGENERACION
Los hasta entonces dominadores optaron por formalizarse a medias, muchos tuvieron el talento de retirarse a tiempo, y la cantidad de gente verdaderamente baja y malévola que hizo papel en el género malogró lo pintoresco, debilitó la acción conjunta, dio pábulo a que muchos de los nuevos fueran subvencionados por lugares de diversión y de juego y de despacho de bebidas, se “abagró”, -frase típica de ellos mismos- la cosa, surgieron los alquilones de la mala política y nos encontramos un día en que  ya no se pudo distinguir entre el faite, el guardaespaldas, el apaleador de oficio y el soplón que aparecían en las épocas álgidas de la policía: organizaban palizadas eleccionarias, pegaban a las mujeres que se abandonaban a sus cuidados y vivían malamente, alternando los corredores sombríos de la Intendencia  con los canchones siniestros de la cárcel.
DESAPARICION
 Y en estos últimos tiempos no hay palizadas. Los que tienen aún algo del alma del faite, viven relativamente aislados, alquilan su fuerza y su audacia si les es preciso y, salvo dos o tres genuinos representantes de las épocas idas, que eran perdidos porque si, sin interesada malevolencia, por afán sensual de placeres y amor al ocio jaranero, puede afirmarse que ha desaparecido por completo la palizada.
 A pesar de todos sus defectos, de sus vergüenzas, de sus daños, justo es confesar que fue un grupo gracioso y pintoresco, que algunas felices ocurrencias tuvo, pero que día a día degeneró hasta convertirse en algo intolerable, realmente ingrato. Sostenedores de lo criollo, el folklore nacional les debe mucho en justicia a los miembros de aquella agrupación y no es raro encontrar en la musa popular coloridos cantares que fueron obra exclusiva del faite. (Páginas seleccionadas del libro “Una Lima que se Va”, cuyo autor es el consagrado escritor y político José Gálvez Barrenechea)

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