lunes, 11 de noviembre de 2013

INCURSIONES NOCTURNAS

Después de la acostumbrada prueba de vuelo de cada mañana, las tripulaciones se dirigieron en grupos hacia su club para enterarse de las misiones que se habían de efectuar aquella misma noche.  Fijadas en sus correspondientes tablillas, figuraban las citaciones para doce tripulaciones: o sea, la mitad de las disponibilidades máximas del escuadrón, entre los cuales se hallaba el bombardero Wellington señalado con la letra M de Monkey.
El piloto y el oficial de ruta de este bombardero entraron en el club de oficiales, escribieron su nombre en los partes de misión y rechazaron la cerveza que se les ofreció antes de comer. Charlaron un poco con otros oficiales. Reinaba ya cierta tensión en el ambiente.
El oficial superior agregado al Servicio de Información, que llevaba bajo la insignia de piloto las condecoraciones de la Primera Guerra Mundial, entró y dijo: “La reunión es a las tres muchachos”. Casi inmediatamente, sus palabras fueron confirmadas por la voz metálica de los altavoces que anunciaban en todo el campo: “Las tripulaciones destinadas para la misión deben presentarse a fin de recibir instrucciones a las 15 horas en punto”.
Después del almuerzo, seguido de una pequeña fiesta en la butaca, los dos oficiales se dirigieron lentamente hacia la sala de conferencias instalada en uno de los hangares. En la puerta, el soldado de la Policía Militar que estaba de servicio examinó sus documentos y les deseó suerte. Luego pasaron a la sala, donde se habían colocado varias hileras de sillas frente a un estrado. Detrás de este, un gran mapa de Europa septentrional y occidental ocupaba toda la pared. Una hoja de papel cubría casi totalmente Holanda y Alemania y una cinta roja, fijada en un alfiler, partía del campo de aviación de Lincolnshire, atravesaba el Mar del Norte y desaparecía detrás del papel.


Bombarderos  de la II Guerra Mundial.

NERVIOSISMO
En la sala se oía hablar a 72 hombres que trataban de disimular su nerviosismo con bromas. De pronto se hizo el silencio al iluminarse con reflectores el estrado al que subió un grupo de oficiales, entre los que se hallaban los comandantes de la base y del escuadrón. Nadie hasta entonces había mencionado el posible destino de aquella noche. Ni siquiera se trato de adivinarlo.
El comandante del escuadrón, un joven teniente coronel con el distintivo del DFC (Distinguished Flying  Cross, condecoración al mérito aéreo) se acercó al mapa y separó el papel que lo cubría en parte. Hubo un silencio, una pausa y, después, un profundo suspiro, casi un lamento, cuando pudieron ver el objetivo que se encontraba en medio del territorio enemigo.
El comandante dijo: “Si muchachos, otra vez Mannheim. Sabéis de que se trata de una ruta endiabladamente larga, pero la defensa antiaérea no es muy fuerte. Al menos no lo era la última vez que estuve allí. El oficial de información os dará detalles de los objetivos que deben atacarse, sobre la defensa antiaérea, etc.” 
INSTRUCCIONES
En efecto, un joven oficial de información se adelantó sosteniendo en la mano un puntero: “Si señores, es decir, muchachos…” La voz del oficial sonaba alta y clara, esforzándose en mantener un aire tranquilo.
Una vez terminado su informe, el oficial abandonó el estado y tomó la palabra el Jefe del Servicio de Observación que dio instrucciones sobre la ruta que se debía seguir. Después el oficial de armamento habló de la carga de las bombas y el oficial de transmisiones explicó las diversas claves para la operación nocturna. Le tocó el turno al oficial del Servicio Meteorológico el cual junto con los mapas del tiempo, proyectó diapositivas de mujeres medio desnudas, que las tripulaciones acogieron con gritos de entusiasmo.
Un pequeño discurso del coronel, comandante de la base, cerró el acto y mientras los oficiales de mayor grado abandonaban la sala, las tripulaciones se dirigieron a los vestuarios para ponerse el mono de vuelo. Recogieron su comida de a bordo-chocolate, chiclé y azúcar de cebada- y pasaron luego por el vecino almacén para hacerse cargo de sus paracaídas. Los oficiales de observación que habían quedado en la sala estudiaban la ruta sobre el mapa.
Todos los hombres a excepción de los oficiales de ruta, subían a los camiones descubiertos y se dirigían hacia los aviones, dispersos por el campo, bajo el gris atardecer de Lincolnshire.
M DE MONKEY
El M de Monkey se destacaba,  pequeño y oscuro, contra el cielo. Se intercambiaron algunas frases ingeniosas entre la tripulación y los hombres que prestaban servicio en tierra, los cuales se hallaban alrededor del aparato fingiendo ocuparse en los últimos preparativos, aunque en realidad estaban allí para despedir a sus compañeros y desearles buena suerte. Finalmente, la tripulación desapareció por la escalera metálica del aparato. El oficial de ruta, entretenido hasta el último momento en sus cálculos, llegó en un pequeño furgón y subió al Wimpey, llevando consigo un gran saco de tela verde y un sextante.
Después de comprobar que todo estaba en orden, el piloto abrió el interfono y pasó lista, llamando uno por uno a todos los miembros de la tripulación y comprobando si estaban listos para emprender el vuelo. Cuando todos hubieron contestado, se puso en contacto con la torre de control e informó al oficial de servicio que M de Monkey estaba preparado para el despegue. En la torre de control se encendió durante un segundo una  luz verde como respuesta y el piloto aflojó los frenos. Lentamente, el avión inició su viaje hacia Mannheim.

Los aviones en fila con sus oficiales listos para el ataque.

DESPEGUE
Mientras se deslizaba sobre la hierba para colocarse en el punto de despegue indicado por una furgoneta, la tripulación se abrochó los cinturones e hizo los preparativos finales para el vuelo. Unos cuantos hombres, en pie cerca a la furgoneta, les desearon buena suerte, mientras el avión seguía la fila de luces intermitentes.  El primer piloto abrió el interfono y el segundo hizo lo mismo después. Una luz verde se encendió en el  techo de la furgoneta y el piloto respondió encendiendo durante un segundo los faros de aterrizaje. M de Monkey tenía vía libre para despegar.
En el interior del avión, la tripulación permanecía sentada. Todos estaban en tensión mientras el piloto empujaba hacia delante las dos manijas de gas. El fuselaje vibró y las alas parecieron ondear un instante, mientras los frenos quedaban libres y el pesado avión empezaba a moverse de nuevo  lentamente  sobre la hierba.
 A medida que iba adquiriendo velocidad, el segundo piloto leía en voz alta las indicaciones del anemómetro conforme la aguja se iba moviendo y cuando el primer piloto lo considero conveniente atrajo hacia si el pequeño volante y el Wellington despegó.
ACTIVIDADES
Concluida esta maniobra y una vez tomado el rumbo después de haber sobrevalorado el campo, la tripulación se ocupó de sus tareas. Los artilleros de proa empezaron a mirar el oscuro cielo nocturno, tratando de acostumbrarse a la oscuridad. El radiotelegrafista, en su mesa, detrás del oficial de observación, hacía girar lentamente los mandos de diversos aparatos para que estuvieran sintonizados con las distintas estaciones de tierra en caso de una llamada de urgencia. El oficial de observación, iluminado solamente por el reflejo de la luz de la tabla de navegación, estaba confrontando la ruta señalada en el mapa con algunos planos que mantenía abiertos sobre sus rodillas.
En la cabina de mando, los dos pilotos permanecían uno junto a otro, casi inmóviles, como si estuvieran medio dormidos, con la cabeza hundida en el cuello alcanzado de la cazadora forrada de piel. De cuando en cuando, uno de ellos se movía señalando un aparato determinado: el otro respondía con una señal de asentimiento o bien accionando algunos de los mandos de control. Después de casi veinte minutos de vuelo en la primera ruta, el segundo piloto  rompió el largo silencio para anunciar al oficial de observación, a través del interfono que había avistado en la costa.
Dicho oficial entró entonces en la cabina de mando y se colocó detrás del segundo piloto. Buscando un punto de referencia determinado que permitiera establecer una situación exacta y poder trazar así una ruta en el mapa. Como el piloto tenía la facultad de dirigirse al objetivo escogiendo la ruta, era necesario controlar constantemente la posición sobre  el mapa, por si fuera necesario decidir, por cualquier razón, un cambio de rumbo.

En pleno mantenimiento.
AL SUR
 Luego, el oficial de observación regresó a su mesa y señaló el punto de referencia en tierra antes de llamar al comandante para comunicarle la ruta que debía seguir. Debía cruzar el Mar del Norte, hasta un punto cerca de Ostende, donde viraría hacia el Este, siguiendo determinada ruta y llegaría al Rhin, al sur de Coblenza. Desde allí tenían que dirigirse hacia el Sur, hasta la zona de ataque.
Cuando estuvieron muy lejos de tierra, el artillero de cola, con la voz  largamente jadeante a causa del  aire enrarecido, solicitó permiso para probar las armas, disparando en el mar que estaban sobrevolando. El primer piloto se lo concedió y después ordenó al segundo piloto que abriera el oxígeno, recordando esta necesidad después de oir la voz del artillero. Al mismo tiempo comprobó que el  IFGF (Identification Friendo or Foe: reconocimiento-amigo o enemigo) estuviera cerrado. Incluso a través de las máscaras de oxigeno la tripulación percibía el olor del explosivo disparado por las armas, lo que les recordó el peligro de la misión: a partir de aquel momento la tensión aumentó.
Más allá de Ostende, el suelo estaba cubierto de nubes bajas y el avión tenía que dirigirse hacia  Coblenza sin ningún de referencia en tierra. Dos minutos después, cuando bajo el aparato el cielo se coloreó con las luces rojas, verdes y amarillas de los antiaéreos (sin que el oficial de observación, encerrado en su cabina oscura, se diera cuenta), el piloto abrió el interfono y comentó: “Esto es Ostende, a no ser que sea Ramsgate". Al oficial de observación no le  divirtió mucho la indirecta sobre su capacidad para determinar el rumbo, e irritado, empezó a sacar varios apuntes y tablas para hacer el punto”, basándose en observaciones astronómicas.


Vuelo razante en medio de las nubes.

COLINAS
Entre tanto, M de Monkey avanzaba a toda velocidad, hacia el Este, por encima de las oscuras colinas de la Bélgica ocupada.
Noventa minutos después, el oficial de observación trazó un segundo punto, tomando como referencia la luna y dos estrellas. Abrió el interfono y dio autorización al piloto para continuar el rumbo en zigzag, que era el que prefería hacer siempre que el avión volaba sobre territorio enemigo y dijo: “ Vamos por buen camino, ahora voy con vosotros para determinar un punto de referencia en tierra. Se veis algo que se parezca  a un río, silbad”. Tomó el plano de la zona de Estrasburgo, cerró el interfono y se quitó la máscara de oxigeno: después entró en la cabina y se colocó detrás del piloto.
Bajó el avión, las nubes habían desaparecido y con la luz de la luna se podía distinguir el paisaje de colinas boscosas. Toda la tripulación, excepto el radiotelegrafista, que estaba sintonizando tranquilamente el programa de la BBC, miraba hacia abajo, tratando de descubrir algún indicio de agua. De pronto, el segundo piloto señaló hacia la derecha. El oficial de observación dijo: “Podría ser el Nahe, el Mosela o el Rhin. Vamos a verlo y trataré de localizarlo en el plano”.
EL RHIN
Más  tarde, el oficial, tras haber establecido la situación, descendió a proa del avión para cumplir su segunda misión: la de bombardeo. Echado en el suelo, con una luz anaranjada que iluminaba débilmente su mapa, siguió el rumbo hasta que el Rhin se encontró justamente debajo del aparato. Al mismo tiempo, trabajando a oscuras, instintivamente empezó a preparar las tablas de tiro y el visor. Después de indicar al piloto que virase hacia el Sudeste y continuara sobre la orilla derecha del río, se concentró cada vez más en el terreno que tenía debajo.
El mundo Sudeste llevó al avión hasta Bingen a diez minutos tan sólo de Mannheim: el Rhin discurría por la izquierda, estrechándose a lo lejos, pero reflejaba aún la luz de la luna. Nadie hablaba, y no se oía  más que la pesada respiración del artillero de cola, que mantenía abierto el interfono para poder informar inmediatamente en caso de avistar algún caza enemigo. Todos los miembros de la tripulación se disponían a enfrentarse con el peligro de los diez minutos siguientes.
De pronto pareció que el río se dirigía hacia el bombardero y el oficial de observación se apresuró a controlar la brújula del visor para asegurarse de que el avión no había cambiado su rumbo hacia el río: pero precisamente entonces una gran ciudad apareció debajo de él.
 “Worms” pensó al ver la extraña forma del lago que se extendía al sudeste de la ciudad. Estaba ya seguro que se dirigían a  Mannheim y que faltaban solamente quince kilómetros, pues delante del avión el cielo se iluminaba por los disparos de los antiaéreos.

El Wellington.

LISTOS
En consecuencia, indicó al piloto que continuara en aquella misma dirección hasta que llegara al punto en que el río se dividía, mientras tanto apuntaba a través de los retículos del visor. De pronto apareció el cruce del río. “Allí está”, gritó el oficial de observación. El piloto respondió: “Ya lo he visto, pero daré un par de vueltas por encima para estar seguro de que esta vez es el sitio preciso. Vigila bien a los alemanes y ten cuidado de que no nos acerquemos demasiado a algún compañero nuestro”.
Mientras el avión volaba sobre la zona que debía bombardear, unos blancos relámpagos rompían la oscuridad que había debajo de él, lo que indicaba que otros aviones estaban descargando sus bombas. Los fuegos de los antiaéreos, rojos a lo lejos pero blancos y amarillos de cerca, iluminaban el espacio alrededor. Un reflector agitaba su plateada luz, emergiendo repentinamente de la tierra.
El piloto dio dos vueltas sobre el objetivo antes de alejarse para poder efectuar el ataque con la luna detrás, facilitando así la tarea del oficial de observación. Colocándose en la dirección del objetivo, el piloto avisó a la tripulación que empezaba la ruta de ataque. A partir de aquel momento, la tensión aumentó al máximo. Pero el piloto consiguió aligerarla diciendo que podían contribuir personalmente a la incursión arrojando botellas de cerveza vacías. 
ATAQUE
La voz del oficial de observación era entonces la única que se oía por el interfono: “Está bien. Procura mantener así el avión. A la izquierda, más a la izquierda. Más, más a la izquierda. Está bien, así, así. Continua así”. De pronto se alzó la voz excitada cuando oprimió el botón para arrojar las bombas. “Las bombas han salido ya-gritó-. Quizás esta vez hayamos dado en el blanco. Podía ver los docks muy bien”.
Inmediatamente, todos los miembros de la tripulación se pusieron a hablar simultáneamente a través del interfono para expresar su parecer sobre el éxito de la incursión. Pero el piloto se impuso y les hizo callar. El tono autoritario de su voz  consiguió calmarlos. El oficial de observación, bromeando, golpeó el pie del artillero a proa y luego regresó a su mesa cruzando la cabina de mando, conectó el interfono y se colocó la máscara de oxigeno. Preguntó al piloto que rumbo seguía: ¡”Dos-siete-cero. Nos hallamos justo encima de Ludwigshafen”. Satisfecho, el oficial de observación  se inclinó sobre el mapa y trazó la ruta a seguir para  el regreso.

Cerca al mar.

EXITO
Una vez pasada la excitación y la tensión para localizar y alcanzar el objetivo, el piloto ordenó a la tripulación a que se mantuviera muy atenta por si aparecían los cazas enemigos y, al mismo tiempo, mientras la acción era aún reciente, pidió a todos su opinión sobre el ataque.
El oficial de ruta anotó los comentarios de la tripulación en su cuaderno.
El artillero de cola dijo que, mientras se alejaba del objetivo vio explotar varias bombas en el muelle de las gabarras y el segundo piloto observó como otro Wellington cruzaba a unos cien metros, aproximadamente por encima de ellos, recortando su silueta claramente a la luz de la luna. Otras opiniones eran confusas, pero optimistas.
Poco a poco dejaron atrás los rojos disparos antiaéreos y la tripulación empezó a pensar en la vuelta a casa. Imaginaban la escena del informe, cuando refirieran  al oficial correspondiente el éxito de la empresa mientras bebían ovomaltine con ron. Reuniendo las versiones de todos los tripulantes del escuadrón se podría juzgar el éxito de la incursión, que serviría para redactar el informe destinado al mando

Pero solamente los alemanes sabían si M de Monkey y sus compañeros habían alcanzado el objetivo.((Editado, resumido  y condensado de la Revista “Así fue la Segunda Guerra Mundial”)

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