miércoles, 29 de mayo de 2013

OPERACION DE CASTIGO

En 1941, el propósito de incluir a Yugoslavia entre los países dirigidos por el Eje se convirtió en una condición indispensable para el éxito del plan alemán de ataque a la Unión Soviética. Como ya antes había sucedido con frecuencia, la gestión diplomática de Alemania no fue más que el prólogo de una acción militar. La operación más que una victoria de las armas alemanas lo fue de los planes y de la organización del Estado Mayor alemán, que en ninguna otra fase de la Segunda Guerra Mundial, consiguió aprovecharse de forma tan eficaz de los viejos antagonismos políticos y de los odios de raza.
El mayor estadista de todos los tiempos afirmó en cierta ocasión que “Asía empieza en la Landstrasse”  que es la calle principal que lleva desde el  antiguo centro de Viena hacia el Este. En Marzo de 1938 el aforismo era tan válido en sentido estratégico, como el día en que lo expresara Metternich, más de cien años atrás. Cuando Hitler triunfante pasó revista a sus tropas formadas ante la Hofburg, la reciente conquista de Austria le había asegurado el camino que conducía a los yacimientos petrolíferos de Rumania y el corredor que, siguiendo el curso del Danubio lleva al mar Negro o, en dirección Sur, a Salónica y a Estambul, en el extremo de Europa. Por una suprema ironía del destino, el antiguo parroquiano del dormitorio público vienés se había convertido en heredero de aquellos Habsburgo que tanto decía despreciar y le tentaba también, como antaño les había tentado a éstos, la idea de asegurarse en el Mediterráneo una cabeza de puente que se asomara a otros países.
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Ilustración de la invasión a Yugoslavia.

LOS BALCANES
Pero entre Hitler y estos lejanos objetivos se interponía, en primer lugar, el opulento granero de la llanura húngara y, a continuación, una región de ásperas montañas y de ríos impetuosos: los Balcanes. En estos lejanos países (Bulgaria, Rumania, Yugoslavia, Grecia) las pasiones de partido habían predominado, a lo largo de generaciones sobre la razón y la política exterior  solía estar determinada por esporádicas infracciones al décimo mandamiento. Los Balcanes eran entonces, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, lo que habían sido siempre: el crónico polvorín de Europa.
Después de la Primera Guerra Mundial, los artífices de la paz habían intentado rehacer el mapa basándose en el principio de la autodeterminación de los pueblos y lo habían conseguido en parte, creando una faja de estados independientes a lo largo de las fronteras de los antiguos imperios dinásticos. Sin embargo, a pesar de las buenas intenciones, no habían sido capaces de encontrar una solución satisfactoria para todos. Y así, en 1938, uno de cada cinco habitantes de Europa central y  sudoriental formaba parte aún de una minoría étnica y, por lo tanto, era hostil, con mayor o menor ensañamiento al orden político existente. 
TRES PUEBLOS
En algunos estados, un grupo étnico tendía a oprimir a los otros. El ejemplo más notable era el de Yugoslavia, reino fundado en 1918 sobre el principio explícito de la total igualdad de derechos para los tres pueblos eslavos que lo constituían (servios, eslovenos y croatas). Los servios formaban escasamente el 45% de la población, los croatas cerca del 35% y los eslovenos el 11%: el 9% restante estaba formado por alemanes, búlgaros, albaneses y macedonios. Sin embargo, en los 23 años de vida del reino de Yugoslavia,  sólo se había registrado un periodo de cinco meses en que el ministro no fuera un serbio. Los croatas y los eslovenos se creían más civilizados y cultos que los servios y soportaban a disgusto el predominio de éstos.
En otro aspecto, la expansión territorial de otros países había sido tan excesiva, por efecto de los tratados de paz, que el problema esencial para ellos era la defensa contras las aspiraciones de los países vecinos de recuperar los territorios perdidos. Rumania, por citar un ejemplo, había duplicado largamente su territorio a costa de Rusia, Hungría y Bulgaria. Por lo tanto, era lógico que, años después, la Unión Soviética intentase recuperar la provincia de Besarabia y, cuando esto sucediera, Hungría y Bulgaria difícilmente se limitarían al papel de espectadores.
Por su parte, los países que habían perdido territorios actuaban de forma que las minorías constituidas por sus propios ciudadanos no lo olvidasen nunca. En Budapest, por citar otro ejemplo, hasta 1938 las banderas continuaron ondeando a media asta en señal de luto, por los territorios cedidos en 1920 a Checoslovaquia, Rumania y Yugoslavia y la actitud oficial de Sofía no era más tranquilizadora en lo referente a las reivindicaciones. Una latente intranquilidad reinaba en todos los países danubianos.
EL DANUBIO
Al finalizar la década de los años treinta, este difundido sentimiento de rencor fue doblemente favorable a Hitler. Como paladín de la revisión de los tratados, podía enfrentar entre sí a los vecinos rivales. Y como personificación del racismo germánico,  le sería posible obtener el apoyo de los dos millones de Volksdeutsche, grupos lingüísticos alemanes que vivían a orillas del bajo Danubio, en Hungría, Rumania y Yugoslavia. Los Habsburgo habían luchado durante un siglo, antes de 1914, contra el nacionalismo: ahora, en 1938, el nuevo amo de Viena podría utilizar a su gusto este nacionalismo como arma para establecer la supremacía de la gran Alemania en la cuenca danubiana y en Los Balcanes.
Como es lógico, los gobernantes de Europa occidental comprendieron, a su debido tiempo, que una Alemania resurgida podría extenderse hacia el Este. Esta posibilidad preocupaba muy poco a los ingleses, que solían considerar toda esta parte del continente como un modesto apéndice sin importancia. Pero los franceses que habían invertido grandes capitales en los nuevos estados, seguían una política más activa y favorecieron la creación de un sistema de alianzas encaminando a preservar el statu quo en Europa central. Bajo la mirada benévola de Francia, Yugoslavia, Checoslovaquia y Rumania celebraron, desde 1929 a 1937, constantes reuniones militares.



El principe Pablo, al centro, quien resistió infructuosamente.

MODELO FRANCES
Cada uno de estos últimos países recibía la visita de misiones militares de París.  Ellos organizaban sus fuerzas armadas siguiendo el modelo francés. Adquirían cañones, carros de combate y aviones franceses o los construía con patente francesa. Sin embargo, sus planes estratégicos tenían más en cuenta un posible intento húngaro de reconquistar los territorios perdidos que una amenaza por parte de Alemania. Habían empezado a dudar de la capacidad francesa para ayudarles en caso de guerra, incluso antes de que Hitler invadiese Austria. Por su parte, los diplomáticos y hombres de negocios alemanes sabían ser persuasivos, especialmente en Belgrado.
Más, en Septiembre de 1938, después de Munich, al renunciar Francia a  asumir la defensa de Checoslovaquia, el sistema de alianzas que ella misma había creado y apoyado perdió todo su valor. Cuatro meses después, Yugoslavia y Rumania pusieron fin oficialmente a toda forma de colaboración militar. A continuación, los estados balcánicos trataron de estipular una nueva garantía con Berlín, ofreciendo condiciones excepcionales a las empresas comerciales alemanas con la esperanza de que el Reich correspondiese con el envío de armas.
Así, en 1939, los yugoslavos prometieron a Alemania toda la producción de cobre y grandes cantidades de zinc y plomo a cambio de la promesa jamás cumplida, de que le entregaban 100 Messerschmitt y 370  cañones de la fábrica Skoda. Los rumanos cambiaron de forma similar, su petróleo por artillería. En el mismo periodo, los jefes políticos de los países balcánicos abrieron los últimos vestigios de democracia parlamentaria e imitaron el romántico absolutismo de Berlín y Roma. En realidad, los Balcanes estaban bajo la sombra de la esvástica antes de que las divisiones de acorazados invadiesen Polonia.
HITLER
Hitler había conseguido así, con sistemas pacíficos, uno de sus objetivos principales: la supremacía económica en el Sudeste europeo. Por eso, en 1939, cuando estalló la guerra por una cuestión que no tenía relación directa con los problemas de los Balcanes, estaba interesado en mantener la paz en este sector, pues prefería mil veces que el petróleo rumano y los productos agrícolas de la llanura afluyeran ininterrumpidamente hacia Alemania que destruir con bombardeos las refinerías de Ploesti o ver los campos de trigo húngaros devastados por los invasores. También los Aliados, por una curiosa coincidencia, deseaban mantener la paz en los Balcanes porque temían que las hostilidades les plantearan problemas militares sin solución.
Por consiguiente, los estados balcánicos asistieron al primer año del conflicto desde posiciones marginales. Ninguno contaba con un ejército moderno o con fuerzas aéreas capaces de resistir una ofensiva lanzada en gran escala. La campaña de Polonia había sido a este respecto una lección interesante. 
ACUERDO
Se añadía a todo esto el reciente acuerdo entre Alemania y la Unión Soviética que no parecía presagiar nada bueno. En los primeros meses de 1940, todos los estados balcánicos se aproximaron aún más a Alemania. Los únicos que tardaron en hacerlo fueron  los yugoslavos, que establecieron tardíamente relaciones diplomáticas con la Unión Soviética y cerraron la “embajada” de los rusos blancos en Belgrado. Por el momento, los políticos balcánicos se sentían seguros en lo concerniente a Alemania. Habían aplacado a Hitler pagándole una indemnización. En el verano de 1940 parecía que en el peligro, más que en él, estaba en sus aliados de Moscú y de Roma.
En efecto, los primeros en actuar fueron los soviéticos. El 26 de Junio de 1940 presentaron un ultimátum a Rumania pidiendo la cesión inmediata de Besarabia y la mitad septentrional de la antigua provincia imperial de Bucovina, cuya población era étnicamente afín a la ucraniana. Los rumanos examinaron la posibilidad de una guerra pero con las palabras suaves y convincentes de Berlín, fueron suficientes para que aceptaran el ultimátum de la URSS. Como era de prever, Hungría y Bulgaria exigieron también a Bucarest la restitución de los territorios perdidos por efecto de los tratados de paz de 1919-1920. Esto ya no agradó a Hitler: bastaría una guerra entre estos pequeños Estados para privarle del petróleo rumano. Así, pues, a fines de agosto convocó en Viena a una conferencia con el apoyo de Italia e impuso a Rumania nuevas fronteras que satisfacían en gran parte las peticiones húngaras. Un acuerdo separado, concluido en Craiova el 7 de Septiembre, restituyó a Bulgaria ricas tierras de cereales en la Dobrudja.



Rendición de las tropas yugoslavas.

AMENAZAS
Estas decisiones tuvieron gran resonancia política, no por lo que de momento expresaban, sino por lo que dejaban entrever. Se aceptaba a Alemania como árbitro de la Europa sudoriental. Rumania, Hungría y Bulgaria perdieron  prácticamente su libertad de acción. A fines de noviembre, Hungría y Rumania se habían adherido al “Pacto Tripartito”, el ambicioso compromiso de colaboración política estipulado en otoño entre Alemania, Italia y Japón. Los búlgaros se adhirieron tres meses después. El 8 de febrero, los delegados de los Estados Mayores Generales alemán y búlgaro establecieron un acuerdo militar formal y el 2 de Marzo el Ejército 12 alemán cruzó la frontera búlgara. De hecho, los límites de independencia que les quedaba a estos países eran muy reducidos.
Quedaban aún Yugoslavia y Grecia. Ambas sabían que el peligro inmediato para ellas estaba en Roma más que en Moscú, sobre todo para Yugoslavia , cuya situación se hizo desesperada en Junio de 1940, cuando Mussolini unió su propia suerte a la de su aliado del Eje. Italia había mantenido una actitud amenazadora hacia Yugoslavia desde que, en 1919, tuvo la decepción de que no se le asignaran las costas dálmatas a las que aspiraba. 
CROATAS Y SERVIOS
Además Yugoslavia se veía agitada por la rivalidad entre los dos grupos étnicos más numerosos: los croatas y los servios. En agosto de 1939, el partido campesino autónomo, el grupo político más importante de Croacia, había llegado a un acuerdo con el Gobierno de Belgrado, por el que se reconocía a la región cierta autonomía local. Sin embargo, muchos croatas no quedaron satisfechos. Antes Pavelic, el jefe de los extremistas, se refugió en Roma donde lo apoyaban abiertamente algunos miembros del Gobierno italiano. Y el hecho de que Mussolini patrocinara un movimiento separatista que aspiraba a la independencia total de una parte del país, ponía en peligro toda la estructura política yugoeslava.
En 1940, el destino del reino serbio-croata-esloveno dependía de cuatro hombres que no estaban a la altura de su misión. En Octubre de 1934 el rey Alejandro había sido asesinado en Marsella y desde entonces ejercía el poder su primo, el príncipe regente Pablo, porque el soberano legítimo (Pedro II) era menor de edad y no cumpliría los 18 años  hasta Septiembre de 1941. Todas las simpatías del príncipe Pablo eran para Occidente: había estudiado en Oxford, conocía también a fondo la vida cultural francesa y estaba vinculado por su matrimonio-su mujer era hermana de la princesa Marian de Kent- con la familia real inglesa. Desgraciadamente sus inclinaciones artísticas hacían de él un personaje solitario y aislado en Belgrado, donde los intelectuales tendían al marxismo y los generales despreciaban los refinamientos estéticos. Probablemente Pablo despreciaba a los militares y a los políticos balcánicos, entre los cuales le obligaba a vivir su fidelidad dinástica: pero si era así, se correspondía a su desprecio.

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MACEK
El segundo en importancia después del príncipe regente, era el doctor Vladko Macek, jefe del partido croata de los campesinos y vice primer ministro, hombre amante de la paz y católico sincero: un idealista al que habrían seguido ciegamente los croatas de la vieja generación por cualquier camino que eligiera, pero que se hallaba tan apartado de la sociedad de Belgrado como el príncipe regente. Comparado con Macek, el Presidente del Consejo, Dragisa Cvertkovic, a quien el príncipe Pablo había confiado el encargo de formar gobierno en Febrero de 1939, era una nulidad. El regente le eligió sencillamente porque estaba dispuesto a colaborar con los croatas. Por último, estaba el Ministro de Asuntos Exteriores, Aleksander Cincar-Markovic, un diplomático de carrera que había prestado servicios en la legación inglesa en Berlín cuando Hitler subió al poder.
Tras este cuarteto se hallaba la casta familiar, que a veces llegaba anularlo. En vísperas de la  guerra había 165 generales yugoslavos en activo, uno por cada 9 mil soldados, incluyendo a la reserva. Y todos, excepto 4, eran servios.
Hitler ni siquiera creía que tenía necesidad de invadirla, pues estaba convencido de que el Gobierno de Cverkovic iba a adherirse al Pacto Tripartito y que a su debido tiempo llamaría a los alemanes para que protegieran sus líneas ferroviarias muy importantes desde el punto de vista estratégico.



Los buques del país invadido

SALONICA
El ataque de Mussolini a Grecia, lanzado el 28 de Octubre de 1940, planteó urgentes problemas tanto a Alemania como a Yugoslavia. Muchos servicios consideraban a Salónica como su salida natural al mar. Aún siendo un puerto griego, Yugoslavia había gozado en él, durante 20 años, de privilegios especiales reconocidos por un tratado. Y ahora Salónica parecía amenazada. Un importante sector del Estado Mayor, en el que figuraba también el Ministro de la Guerra, General Nedic, quería que Yugoslavia invadiese Grecia y se apoderase del puerto. Pero el Consejo de la Corona, convocado para este fin, le repugnó la idea de luchar contra el antiguo aliado y Nedic se vio obligado a dimitir. Por otra parte, puesto que las tropas italianas se encontraban en dificultades, la suerte de Salónica no parecía un problema tan urgente. Lo esencial era salvaguardar la neutralidad yugoslava más que su capacidad política.
En Noviembre de 1940, Hitler tenía absoluta necesidad de la colaboración yugoslava. Una Yugoslavia amiga podría permitir a Alemania salvar a Italia de las humillaciones que le estaban infligiendo a los griegos. Además, Hitler había llegado a la conclusión de que la guerra contra Rusia era inevitable y no podía correr el riesgo de tener una Yugoslavia hostil en el flanco de las vías de comunicación de sus ejércitos meridionales. Por consiguiente, no le quedaba otra solución que tentarla en el cebo de Salónica para que entrase en el Pacto Tripartito. El 27 de Noviembre se invitó al Ministro de Asuntos Exteriores, Cincar- Markovic, a que fuera a Berchtesgaden.
TITO
Allí el Ministro de Asuntos Exteriores yugoslavo oyó dulces palabras mezcladas con veladas amenazas. “Entren ahora en el Eje-dijo Hitler-. Dentro de tres meses las condiciones serán menos favorables”. Cincar  Markovic evitó comprometerse. Pero, ya fuera para renovar formalmente una garantía de seguridad o para realizar un amistoso gesto diplomático hacia un vasallo de Alemania, lo cierto es que los yugoslavos celebraron con los húngaros una serie de cordiales coloquios que cristalizaron, el 12 de diciembre, un “pacto de paz permanente y de amistad perpetua entre Yugoslavia y Hungría”. La curiosa frase fue una inspiración de Cincar Markovic. Sin embargo, los hechos demostraron que había sido una inspiración desafortunada.
El Gobierno de Cvertkovic se mostraba reacio, y con razón, a comprometerse más a fondo con Alemania. En Belgrado, las simpatías de la masa estaban con los Aliados, y especialmente con los griegos, que en aquel momento, no sólo habían detenido a los italianos, sino que estaban avanzando en Albania meridional.
Los comunistas yugoslavos- el partido estaba fuera de la ley, pero era fuerte y bien organizado por Josip  Broz Tito- se habían mantenidos hostiles a Alemania a pesar del tratado germano-ruso y sus manifestaciones anti alemanas llegaron a merecer la consideración del ministro americano en Belgrado. Pero los sentimientos anti nazis no eran una prerrogativa de la extrema izquierda, pues gran número de altos eclesiásticos, como el mismo patriarca ortodoxo, hombres de negocios y bastantes oficiales del Ejército consideraba que con el tiempo y la ayuda de Norteamérica, los Aliados acabarían por conseguir la victoria.


Los italianos en tierras ocupadas.

RUMORES
Aceptar la protección de los alemanes no sólo habría sido irreconciliable con el pasado de Servia, sino que a la larga sería desfavorable. Comenzaron a circular rumores acerca de un golpe de Estado. Rumores que llegaron a Londres y Washington e, incluso, a la capital alemana. Aunque pusilánime, el Gobierno de Cvetkovic condujo hábilmente las negociaciones con Berlín, haciendo esfuerzos desesperados para ganar tiempo. Tenía tres excelentes razones para ello: si Yugoslavia pudiera actuar como mediadora entre Italia y Grecia, saldría del paso con una responsabilidad menos comprometedora que su adhesión al Pacto Tripartito. Si Hitler declaraba la guerra a la Unión Soviética, como los agentes yugoslavos aseguraban que tenía intención de hacer, este conflicto apartaría su situación de los Balcanes, y, por ultimo-sobre todo-, por cada semana ganada aumentaban las esperanzas de obtener ayuda de Inglaterra y quizá también de la hasta entonces neutral Norteamérica
Sin embargo, pronto se vio claramente que ni Atenas ni Roma tenían intención de aceptar la mediación yugoslava y que las relaciones entre Alemania y  la URSS permanecían, aparentemente, inmutables. En cambio, los yugoslavos tenían todos los motivos para confiar en la ayuda de Gran Bretaña y de Estados Unidos. El príncipe Pablo había recibido mensajes personales de Jorge VI y del Presidente Roosevelt, que le pedían que adoptase una actitud inflexible ante Hitler.
No obstante, cuando los yugoslavos pidieron garantías concretas sobre la ayuda a recibir, no escucharon más que evasivas: los ingleses estaban ocupados en Grecia y Norte de Africa y los Estados Unidos sólo podían prometer el envío de armas en un futuro lejano.
SIN PACIENCIA
Después de tres meses de dilaciones por parte de Yugoslavia, la paciencia de Hitler comenzó a agotarse. Consideraba que habían ofrecido condiciones generosas: la promesa de Salónica y una garantía de fronteras a cambio de la  adhesión al Pacto Tripartito  y de la desmilitarización de la costa adriática. El 14 de Febrero recibió a Cincar Markovic y a Cvetkovic en Salzburgo, y después de una conversación de cuatro horas les instó a firmar. Pero ambos rehusaron de nuevo a comprometerse.
Los primeros días de marzo, cuando hubo movimientos de tropas alemanas, a lo largo de la frontera búlgaro-yugoslava, el príncipe regente fue a Berchtesgaden. Allí, después de cinco horas de discusiones, se convenció de que no existía otra alternativa:  o Yugoslavia firmaba el pacto o tendría que hacer frente a la invasión y una rápida derrota. El 5 de Marzo el príncipe Pablo volvió a Belgrado apesumbrado, pues sabía que si su país resistía, sería derrotado en dos semanas. 
CONSULTAS
No obstante durante algunos días pensó seriamente en desafiar a Hitler. Un oficial del Estado Mayor yugoslavo fue enviado a Atenas para celebrar consultas sobre los problemas militares con ingleses y griegos. Los ingleses fueron brutalmente realistas. Ahora que Bulgaria estaba en manos de Alemania, tenían pocas  esperanzas de mandar a Servia un Cuerpo Expedicionario a lo largo del Vardar. Los yugoslavos  propusieron tomar la iniciativa e invadir Albania, donde podrían apoderarse de depósitos enteros de armas italianas. Era una proposición atractiva. Por  ello el Ejército 3 yugoslavo empezó a avanzar entre montes para envolver a Albania.
Y mientras tanto el tiempo pasaba velozmente. Los alemanes ya no admitían más delaciones. El 19 de Marzo concedieron a Yugoslavia cinco días para que se adhiriese al  Pacto.
El Consejo de la Corona discutió el dilema paz-guerra durante todo el miércoles y buena parte del jueves. Todos estaban de acuerdo en que Yugoslavia sería derrotada rápidamente, pero algunos miembros del Gobierno propugnaron una “resistencia simbólica” en los montes. No obstante, prevaleció el parecer de la mayoría, según el cual la adhesión al pacto aseguraría, por lo menos, la supervivencia. El domingo por la tarde se tomó, definitivamente, la decisión y al día siguiente Cvertkovic y Cincar-Markovic salieron para Viena en un tren especial, al que subieron a escondidas, en una estación suburbana. Yugoslavia firmó el Pacto Tripartito en la capital austríaca el 25 de Marzo. Fue una ceremonia triste y deprimente. El mismo Hitler la comparó a un funeral, y quizá, tuviera razón.


Los destructores capturados.

CHURCHILL
Churchill no se extrañó demasiado por el curso de los acontecimientos. Hacía meses que incitaba a los representantes ingleses en la capital yugoslava a ponerse en contacto con los potenciales grupos disidentes servios, especialmente con el círculo de los oficiales de la reserva. Fue allí, por cierto, donde el agregado aéreo inglés se hizo amigo personal del General Bora Mirkovic, segundo comandante de las  Fuerzas Aéreas. Mirkovic era un ardiente patriota  servio. Había sido discípulo del Coronel “Apis” Dimitrievic, organizador semilegendario De la Mano Negra, la famosa sociedad secreta que, en 1914, urdió el complot de Sarajevo. Y ahora, a poco más de un cuarto de siglo de aquellos acontecimientos, el discípulo preparó una conspiración que el maestro habría aprobado sin duda. Mirkovic sondeó con mucha cautela el estado de ánimo de sus colegas aviadores y, con el tácito apoyo del Comandante en Jefe, General Simovic, desarrolló un plan para apoderarse de la capital.
En Londres, la tarde del 26 de Marzo, L.S. Amery, miembro del Gabinete de Churchill, que en 1916 había sido oficial de enlace con las Fuerzas Armadas servias, pronunció un significativo discurso por radio, dirigiéndose a los servios “que durante siglos de opresión habían mantenido viva la llama del espíritu nacional” e incitándoles a “no permitir que su pueblo se convirtiera una vez más en una farsa sometida” El mensaje, como un toque llamando a la revuelta, suscitó en Belgrado profunda impresión.
ACCION
Pocas horas después a las 2.20’ del 27 de Marzo, Mirkovic entró en acción. Los carros de combate y la artillería avanzaron para ocupar los puntos más importantes de Belgrado. Se aisló la capital del resto del país. El General Simovuic ocupó el Ministerio e la Guerra, llamó a Cvetkovic y le convenció para que dimitiera. Una proclama lanzada por radio al amanecer anunció la caída del Gobierno y el final de la regencia. Al princkipe Pablo que estaba en Zagreb, le obligaron a volver a Belgrado, donde renunció oficialmente a sus poderes, saliendo después hacia el exilio.
El 27 de Marzo fue un día de júbilo en Belgrado, una jornada de fervor patriótico y de actitudes de desafío. “Antes la guerra que un pacto, antes muertos que esclavos”, gritaba el gentío. Una parte de los manifestantes estaba constituida por patriotas servios “chauvinistas”, otra por defensores sinceros de la unidad yugoslava y otra por comunistas. Pero todos estaban convencidos de que aquella noche en Belgrado se había desarrollado un hecho histórico.
En Londres, Churchill declaró que “el pueblo yugoslavo había vuelto a encontrar su propia alma”. En Norteamérica, el New York Times escribió que “un relámpago ha iluminado un panorama sombrío” y en la Francia de Vichy una mano desconocida depositó flores en la esquina de la calle de Marsella donde, años atrás, fuera asesinado el Rey Alejandro.


Tanque yugoslavo

FUERA DE SI
Sin embargo, lo que contaba era la reacción de Berlín. A Hitler se le informó del golpe de estado la mañana del 27 de Marzo y al principio no quiso creerlo. Aquel día el General Halder, Jefe del Estado Mayor Alemán, presidía una reunión de comandantes del Ejército para discutir los operativos de la “Operación Barbarroja” y a mediodía una imprevista llamada de Hitler interrumpió la sesión. En la Cancillería del Reich, Goering y Ribbengtrop se unieron a los generales. Hitler estaba fuera de sí, consideraba el golpe de estado como una afrenta personal y decidió “proceder a todos los preparativos para la destrucción de Yugoslavia, militarmente y como unidad nacional”.
La misma tarde, a las cuatro, Hitler firmó la Directiva 25, en la que se atrasaba el plan general de las operaciones: el ataque principal correería a cargo del Ejército 12  alemán al mando del feldmariscal Wilhem von List. Estaba prevista la ayuda de Italia, de Hungría y de Bulgaria. Era indispensable instigar a los croatas contra los servios. Alemania no presentaría ningún ultimátum a Belgrado. La declaración de guerra sería la primera bomba que cayera sobre la capital. La operación “Barbarroja”, según las órdenes recibidas, se retrasaba “hasta un máximo de cuatro semanas”.
Aquella noche reinó una actividad febril en el Ministerio de la Guerra y en la Cancillería del Reich. A la mañana siguiente Halder había contemplado el plan en todos sus detalles y los alemanes tantearon a Mussolini y al regente de Hungría, Almirante Horthy. Mussolini se apresuró a manifestar por teléfono su adhesión incondicional al ataque contra Yugoslavia. 
MODERACION
En Hungría Horthy era “todo fuego y llamas”. Hubiera deseado mandar cuanto antes tropas húngaras pero sus colaboradores pusieron considerables reservas: “ No podemos atacar por la espalda a un pueblo que hemos jurado amistad, objetó uno de ellos. Horthy se dejo convencer y moderó su tono. La crisis llegó inclusive a un hecho inesperado: el suicidio del pacificador Teleki. Moralmente fue un gesto valeroso y quizá contribuyó a retrasar la entrada de los húngaros en la campaña, pero no influyó en la política alemana.
Nueve horas después de la muerte de Teleki, los carros de combate germanos pasaban rugiendo por las calles de Budapest. La red alrededor de Yugoslavia se estrechaba rápidamente.
Simovic y su Gobierno, sin embargo, eran mucho menos optimistas que el hombre de la calle. Simovic sabía que los croatas eran reacios a dejarse arrastrar a una guerra y a sus ojos el problema croata era tan serio que insistió en mantener a Macek en el gobierno, como talismán que le garantizara la  lealtad de aquella región, a pesar de que se sospechaba que, después del golpe de estado, había tenido conversaciones secretas con un representante de los alemanes.
En el fondo Simovic deseaba que Yugoeslavia se mantuviera neutral. El 30 de Marzo no quiso recibir al Ministro de Asuntos Exteriores británico Anthony Eden, que se encontraba entonces en Atenas, por temor a que los alemanes considerasen la visita como un acto de hostilidad. También creía que podría impresionar a Alemania con un triunfo diplomático.


Los panzer alemanes.

CONVERSACIONES
El 1 de Abril, el Embajador Yugoslavo en Moscú inició conversaciones con los soviéticos, con la esperanza de llegar a la conclusión de un acuerdo militar. El Gobierno soviético no llegó tan lejos, pero en las primeras horas del 6 de Abril los representantes de los dos países firmaron un “tratado de amistad y de no agresión”. Fue un acto muy significativo, como el suicidio de Teleki, pero tan inútil como éste.
A pesar de su negativa de recibir a Eden, Simovic consintió, dos días después, en celebrar una conversación secretísima con el Jefe de Estado Mayor General del Imperio británico, sir John Dill quien se trasladó en  avión de Atenas a Belgrado vestido de paisano. Dill quedó profundamente decepcionado tras sus conversaciones con Simovic y con su Ministro de la Guerra, pues ni uno ni otro intuían la inminencia de la agresión alemana. Simovic se negó a estipular un acuerdo formal con gran Bretaña, pero estaba dispuesto a autorizar conversaciones.
El 30 de Marzo por la  tarde Hitler apoyo erl plan de  invasion a Yugoslavia. El primer objetivo era aislar a los yugoslavos de Grecia y ocupar Salonica. Dos días después, el 8 de abril, los Panzer del General von Kleist avanzarían hacia Nils, teniendo a Belgrado como objetivo final. 
DOMINGO DE RAMOS
La Luftwaffe que contaba con 414 aparatos debería apoyar las operaciones militares. Mientras tanto, los yugoslavos tan sólo consiguieron movilizar 28 divisiones de infantería y tres de caballería.
El 6 de Abril era Domingo de Ramos. El dia se anunciaba sereno con un cielo limpio de comienzos de primavera. Las calles estaban empezando a animarse. Belgrado ha de destruirse con reiterados ataques aéreos diurnos y nocturnos, había decretado Hitler. La operación de castigo acaba de empezar.
A los yugoslavos los cogió de sorpresa. Esperaban el ultimatum. No estaban preparados moralmente para soportar un golpe de este tipo. El mismo Simovic asistía aquel domingo a una fiesta familiar: al matrimonio de su hija.
Las calles fueron desechas por los cráteres de las bombas y la ciudad entero en la mayor confusión. Frente al espectáculo de las ruinas, se decidió que el gobierno se trasladase inmediatamente a Uzice, entre las colinas sagradas de Servia. La certidumbre de que se avecinaba una derrota terrible y fulminante se abrió paso en la mente de los yugoslavos.


El poderío nazi.

BOMBAS
Las bombas cayeron durante dos días sobre la ciudad con breves pausas. Se destruyeron cincuenta cazas yugoslavos. El domingo por la tarde el centro de Belgrado estaba reducido a un montón de ruinas y el número de muertos eran aproximadamente de 17 mil
Unas horas después el  Gobierno con el Presidente se reunió en el Palace Hotel de Uzice. Las fuerzas enemigas habían cruzado la frontera con Macedonia y habían ocupado el pueblo de Novo Selo. Los ministros declararon el estadlo de emergencia y anunciaron la movilización general. Macek dimitió para compartir los sufrimientos de los croatas. La fidelidad regional predominó.
El gobierno había perdido todo contacto con los jefes militares, excepto con una línea telefónica. Las noticias que se recibieron fueron alarmantes: muchos  pueblos estaban completamente ocupados por los alemanes. Entre ellos Salónica. Los yugoslavos se retiraban desordenadamente hacia el oeste. Las tropas estaban desmoralizadas.
Los croatas no deseaban combatir por un estado yugoslavo en el que habían dejado de creer desde hacía mucho tiempo. Dos regimientos completos se pasaron a los alemanes y un tercero se entregó a los húngaros. Algunas compañías agitaron bandera blanca. Las brigadas enemigas se entregaron constantemente. Cayo Zagfrev y los italianos decidieron actuar. El 17 de Abril entraron en Ragusa con las bandas de música al frente de los regimientos. Lo mismo hicieron los húngaros. En Novi  Sad se registraron sangrientos combates. 
OCUPACION
Después de una campaña que no duró ni ocho días, los invasores confluyeron sobre Belgrado. La tarde del sábado 12 de Abril, a las siete en punto, el alcalde entregó oficialmente la ciudad a un capitán de la SS. A la mañana siguiente, Domingo de Pascua, las autoridades alemanas asumieron los poderes en la capital. La población de Belgrado tendría que soportar el peso de la ocupación durante cuarentidos meses. La capitulación yugoslava se firmó el 17 de Abril.
Yugoslavia había dejado de existir como unidad política. El 10 de Abril, por la tarde, Radio Zagrev proclamó la institución de una “Croacia libre e independiente”, bajo la dirección de Ante Pavelic, jefe de los ustachi, que aún se encontraba en Roma. El gobierno yugoslavo en el exilio se estableció en el Cairo, desde donde se traslado a Londres antes de acabar el año.
Unos 15 mil soldados yugoslavos, algunos buques de guerra de pequeño desplazamiento y un grupo de bombarderos que consiguieron ponerse a salvo continuaron combatiendo por la causa aliada. Pero el grueso de las Fuerzas Armadas- unos 254 mil hombres- acabó en manos de los alemanes.

A juzgar por la evidencia de los hechos, el golpe de estado del 27 de Marzo, aunque había retrasado en cinco semanas la agresión a la Unión Soviética, resultó totalmente inútil. A la retórica jactanciosa había sucedido, con humillante rapidez, la amarga derrota. El 24 de Abril, con la rendición del ejército griego, toda la región balcánica estaba bajo el mando del dominio alemán (Editado, resumido  y condensado de la Revista “Así fue la Segunda Guerra Mundial”).

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